Angelitos en modo diablo: Neo Pistea, Duki y Nicki Nicole en el Buenos Aires Trap
s de los más bajos de la movida, pero la estatura de Neo Pistea no hace más que agrandarse año a año. De Merlo al mundo, el niño de cobre del trap local definió esta cultura y movimiento musical más de una vez; con Tony the Kid, con Modo Diablo (junto a Duki e YSY A, igual de imprescindibles que él), con Tumbando el club, y ahora con el disco más vital que dio el mainstream de la escena en 2024, Culto.
Ahí, en Sin dormir, Neo canta: «Llevo días, más de dos, estoy grabando para vos / Ya no como, ya no duermo, tanto humo, tanta tos / Desayuno una tostada y con tres Marlboro Gold / Armo el estudio en el hall, veo estacionado el Gol / Acá no tomamo’ fafa, ya salimo’ de la shit / A mí me sobra la garrafa para cocinar un hit».
En un momento donde se viene discutiendo el egocentrismo de los referentes de la escena y la limitación de su relato espiralado sobre su éxito, con solo unas barras Neo Pistea reconecta el plug histórico del trap: droga, costumbrismo y el tiempo puesto en coronar un sueño con música hecha con los medios que haya. «Mi hijo tiene la mitad de Ditoys, yo se lo compré / Mi mamá tiene un televisor cuarto de pared», cantaba hace cinco años en Criminal, y es lo que canta ahora para abrir su set en Buenos Aires Trap.
Entre versiones remix de temas de otros a los que se sumó (Pininfarina, de Rei; Teca, de Asan y Bhavi; o Vuelta a la luna, de YSY A), hits del clan Modo Diablo como Quavo y muchos estrenos de su flamante disco, Neo Pistea cocinó el final de la tarde y sirvió la noche para que se la coman entre Nicki, C.R.O. y Duki. Tal vez la mejor media hora de toda la primera jornada del festival haya sido la que se dio entre que Neo subió a los Swaggerboys para hacer Mejoralito, volvió a detonar a la gente con Medusa («No le pido amor, pido que baile»), Trap n’ Export y el himno argentino, y cerró con Tumbando el club.
«Ya saben todos: nos llevamos 2026», se anticipaba en ese hit. Por lo pronto, se llevaron 2024 y todos tienen giras y lanzamientos en la agenda 2025. Para 2026 la escena recién cumplirá una década, si se toma como catalizador No vendo trap, single debut de Duki que grabó como premio por ganar El Quinto Escalón, la competencia de freestyle que cambió el rumbo de la música argentina. Y todavía faltan tres años más para los diez años de Loca, de Khea con Duki y Cazzu, el tema que de verdad hizo el crossover al mainstream normie.
Así como antes el gangsta rap y antes el hip hop, y en otro mundo el punk, lo que vino a ofrecerle el trap a sus artistas fue una opción de salida. Para algunos de la venta o el abuso de drogas, de la marginalidad de la calle, la noche y la pobreza. Habrá a quienes en la escena local le calce ese arquetipo. No es el caso de los que ocupan las primeras planas. Mientras que a tantos otros y otras de estos cantantes los habrá sacado en todo caso del embole y del destino generacional de hacer márketing digital para otros.
A sus oyentes, en un primer círculo y momento, quizá el trap les haya ofrecido lo mismo, una escapatoria de la angustia juvenil, del desamparo de una cultura musical argentina dominada hasta hace una década por gente de más de 30 o 40 años. Y estos oyentes en edad de selecciones juveniles tienen todos los días su chance para empezar a hacer trap, el género nativo de la computación omnipresente, las redes sociales globales y las plataformas de streaming. El género que no pide cantar bien ni tener amigos instrumentistas.
Poco tienen que ver con todo el rollo del trap esos pibes de primario que sin remeras ni obligaciones corrían entre la gente para ver a Neo Pistea más de cerca. Unos angelitos en modo diablo. Y está bien que así sea. No hace falta ser afro-sur-estadounidense para escuchar blues, tampoco hay por qué ser una persona de mal gusto musical para amar a Coldplay. No hace falta vender ni usar drogas para hacer o escuchar trap.
De hecho, que exista un festival como Buenos Aires Trap, capaz de reunir un estimado de 100 mil personas en un par de días, es otro gesto de gentrificación. Un festival de cantantes, coreos y escenografías al que no se lo puede definir como un festival de comedia musical únicamente por el tono border de las lyrics. ¿El festival de la tragedia musical? Crímenes, chanchullos, muertes, pobreza, abstinencia. La cosa sana del trap.
En ese embrollo, Neo Pistea salió con sus canciones como guadañas. Sin encabezar cartel ni cerrar ninguno de los escenarios, el fauno maldito del trap local resultó la figura sobresaliente de la primera jornada, mano a mano con Nicki Nicole. Duki, por su parte, sufrió mucho la manija de la gente, deteniendo e interviniendo las canciones en pedidos permanentes de atención a su público. Una actitud de vigilia que se está viendo mucho en su generación y escena, pero para la cual a esta escala se supone que existe una estructura dedicada a prestarle atención a esos inconvenientes. Por el contrario, nadie más que Duki puede cantar Lebron, Goteo, Hello Cotto o la recuperada Mericrisma.
Entre eso y los temas con feats ausentes, pocos tracks sonaron completos o sin interrupciones, y esa resolución anticlimática chocó contra las emociones que buscaban resaltar los fuegos artificiales, lengüetazos de fuego y chorrazos de humo que como agujazos querían impactar en la emoción del público, desatar un salto, un llanto, un algo. Nada más preciso para eso que temas como Rockstar o Givenchy, que los feats con amigos como C.R.O. (en Hijo de la noche y Harakiri) o Neo, por supuesto.
El show de Duki tomó todo lo ancho de los dos escenarios principales gemelos, completando un andamiaje de varias decenas de metros, siete pantallas gigantes, una pared de parlantes y varias dotaciones de efectos de luces. Toda una parafernalia que no tiene sentido si el cantante no canta. Si Duki –o cualquiera– tiene que cortar el show y salir del escenario muy caliente para carajear a su equipo o la producción durante dos minutos, entonces hay algo en ese engranaje que hay que corregir. Abajo del escenario y arriba también. Para Duki y estos artistas, soltar y delegar también es un aprendizaje.
La que sí aprovechó todo el aparataje fue Nicki Nicole, tal vez el más «comedia musical» de los shows del sábado. Con una crew de bikers y b-boys alrededor (que parecían más salidos de una serie de Netflix sobre trap que de las plazas) y una galería de hits en la cartera, la rosarina sacó rendimiento de toda la simpatía y la seguridad para manejar el escenario que ganó en el último par de años. En ese sentido, mientras en el Buenos Aires Trap de 2019 ya Bhavi mostraba una actitud escénica tan arriba como la de 2024, el cambio en la performance de Nicki Nicole estuvo tal vez no a años luz pero de mínima a «meses luz» de distancia de su participación de entonces.
No es que Nicki no se haya corrido de su función de cantar y entretener. También atendió las necesidades de su público un par de veces y en una de esas dejó ver algo. Entre temas con registros vocales ardillescos y una centroamericanización en la jerga y la acentuación, su interacción con la gente de Prevención desde el escenario tuvo un gesto de cinema verité cuando advirtió que alguien necesitaba ayuda: «Ahí, donde ‘tan lo’ flashe'», dijo ya no en caribeño sino bien en argentino.
La cantante tuvo a LIT killah y Tiago PZK como invitados, y a Trueno y a Milo J sonando por los parlantes. Lo de Milo es llamativo: casi en todos los shows principales sonó por el PA, porque tiene feats con Duki, con LIT killah, con Bhavi, con Nicki Nicole. Casi que se pudo escuchar la voz del moronense una vez por hora, aunque no tocara (toca hoy). Lo de Trueno, por otro lado, sumó condimentos: fueron pareja con Nicki Nicole y el tema que hizo ella (Mami chula) no es sólo un hit global sino que además habla de su relación («Si soy la lluvia del trueno»). La del trap argentino y sucedáneos también parece una generación obligada a performear en vivo para el karaoke público, por la propia imposibilidad de replicar en vivo la cantidad de feats que arman sus carreras.
El neuquino C.R.O. es otra figura central en la escena, pero con una exposición pública muy por debajo de la de Nicki Nicole, Duki o Neo Pistea. Freestyler y rapero, miembro activo de Bardero$ y la MDB Crew, C.R.O. tiene ese plus de credibilidad fisura que en el trap cotiza al peso. Y arriba de eso, unos temas que son puro agite. ¿Cuántas veces tiró el uno, dos, un, dos, tres previo a los estallidos de los pogos? ¿Cuántas veces pidió que abrieran la ronda?
Conocido como Crackero de chico, C.R.O es uno de los más duros de la escena por sonido y temática, y uno de los que más versan sobre salud mental, puntualmente a partir del abuso de drogas. La angustia, la abstinencia y el reviente son un eje central de una poética que contraste con escenas casi simultáneas, como la de Nicki imitando el gesto de disparar una pistola a la nada. Lil Troca o Bhavi también subieron al tablado durante el set del rapero neuquino, que vivió su show en éxtasis y contagió. Especialmente al grupo de pibes con pasamontañas verde flúo que le agitaron el show.
Como sea, Bhavi subió al escenario todo lo que pudo: una torta que después trozó y tiró a la gente, un pollo al horno que levantó en sus manos y una troupe de baile en situación de banquete medieval. Con una estética única en la escena, el cantante de origen belga que eligió a Argentina, al streaming y al trap como sus casas llevó a cabo otro show performático, con canciones intensas, coreografías y recursos menos obvios.
El despliegue de Bhavi también queda para el anecdotario de la edición más masiva y mejor organizada del Buenos Aires Trap, que además marcó ciertas pautas que dan para que sigan: el dispenso de agua permanente en todo el predio y a las personas de la valla, las áreas de baños públicos bien sectorizadas e iluminadas, o esto del maxi escenario uniendo los dos principales, quedan como plus de una jornada de clima ideal que además dejó otras perlitas.
Con el sol de la media tarde quemándole la piel, Six Sex calentó el predio desde uno de los escenarios secundarios, en lo profundo del Parque de la Ciudad, antes de que Dano y Zeballos encadenaran sus shows de rap en español con un ojo en la vieja escuela y otro en la contemporaneidad. En otro escenario, el metido debajo de la montaña rusa del Parque, hubo espacio para el freestyle y los raperos de la escudería Ciri, así como para el paso del Chino CNO y el KingTeam. En medio de los escenarios principales (y de los shows de Nicki Nicole y C.R.O.), el grupo de rock Airbag copó el festival con una activación (comparten productora con el Buenos Aires Trap) de algunos temas y una zapada junto a un freestyler y un violero del público.
El show de los Sardelli quedó bastante raro en medio de una grilla curada con mucho criterio y conocimiento por Facundo Cruz, productor y mánager conocido en varias escenas. Entre ayer y hoy, los asistentes al Buenos Aires Trap pueden catar de primera mano a los artistas más representativos del trap y del rap local e incluso revivir la gloria del freestyle (LIT killah tiró uno en su show, Mecha se cruzó con MKS en el suyo) y conocer una avanzada de artistas emergentes con menor visibilidad. Éxitos probados y novedades de la industria: todo lo que se espera de un festival, sea el Buenos Aires Trap, un festival de rock, de música electrónica, de quesos o de maquinaria agrícola.
Fuente: Página 12