«Conocernos es un arte»: Fotos, animaciones y obras sonoras hechas por artistas con síndrome de Down

«Conocernos es un arte» da título a la ya tradicional muestra que reúne fotos, dibujos, pinturas, animaciones y obras sonoras hechas en los talleres de formación de artistas para personas con síndrome de Down, que este año, en su regreso presencial post pandemia, podrán verse del 15 al 21 de diciembre en el porteño Espacio Cultural Carlos Gardel.

Fotografías que investigan lo macro y lo micro de los objetos cotidianos, dibujos que exploran los cuatro elementos (tierra, agua, fuego y aire); animaciones caseras y artefactos para mirar, como proyectores y cámaras oscuras, o un lugar dedicado a la escucha y la improvisación sonora son las propuestas que este año trae la muestra de la Asociación de Síndrome de Down de la República Argentina (Asdra).

La exposición -que podrá verse en Olleros 3640, CABA, de lunes a sábado de 10 a 20 y el domingo de 17 a 20 con entrada gratuita- es fruto del trabajo en los talleres abiertos que desde hace siete años realizan artistas y educadores con jóvenes y adultos; 40 de ellos son quienes expondrán la semana que viene.

Con la dirección artística de Lorena Alfonso, los talleres se proponen expandir la creatividad, trabajar las técnicas y herramientas propias de cada disciplina y ampliar la perspectiva cultural a través de visitas a museos y espacios artísticos.

«Son cinco talleres anuales bastante intensivos que duran entre mes y mes y medio, al que asisten entre 10 y 15 alumnos, algunos nuevos y otros que vienen desde hace varios años y que en cada participación van aprendiendo cosas nuevas», le dice a Télam Alfonso.

«Para la muestra que intenta dar cuenta de lo que se hizo durante el año en esas clases se piensa muy bien cómo exhibir ese trabajo -indica Alfonso-. Por ejemplo, para las clases de música lo que hicimos años anteriores fue una tocata en vivo, pero este año habrá auriculares conectados a un mp3 con las grabaciones de lo que estuvieron trabajando en taller sin mucha postproducción, casi en crudo, desde la zapada hasta los programitas para el celu que se bajaron para experimentar».

En el taller de cine expandido, por ejemplo, este año trabajaron con cámaras oscuras y construyeron artefactos, por eso en la muestra habrá dos cámaras oscuras -dispositivo ancestral que condujo al desarrollo de la fotografía-, con unos instructivos para que la gente pueda también jugar en la sala, unos gift animados y cianotipos, imágenes resultantes de un procedimiento fotográfico monocromo, que consigue una copia negativa del original en un color azul de Prusia, llamada cianotipo.

«Fue algo bastante experimental y artesanal -señala Alfonso-, porque trabajaron desde el lugar en que se investigaron los primeros juegos de luz con la fotografía», dando por resultado imágenes fantasmagóricas y muy oníricas y poéticas.

Lo más importante de estos talleres, asevera, «es que los alumnos puedan encontrar un canal de expresividad mediante el cual puedan desarrollar sus capacidades creativas, encontrar qué los motiva más. Muchos alumnos prueban dos o tres talleres y después se quedan en dibujo por ejemplo, es impresionante ver cómo cada uno desarrolla su imagen con el tiempo. Son verdaderos artistas: buscando y experimentando contantemente».

Valentina tiene 27 años y es una de las reincidentes de estos talleres. «El arte es vida», le dice a Télam en una charla por zoom desde su casa. La remera de los Beatles que lleva puesta es porque ama a esa banda, indicará durante la conversación. El cuadro que se ve a su espalda es obra suya, un paisaje rural expresionista súper colorido «de hace muchos años», aclara.

Valen, como le dicen quienes las conocen, puede pasarse toda una noche pintando un cuadro -«me encanta» dice-, y hasta que ella no considera que está terminado no para.

Con esa pasión por la pintura intercala la guitarra y la fotografía, tiene una Nikon digital que manipula con soltura y que usa para retratar lo que le interesa: amigos, compañeros, su novio, algunas tareas que le piden en el taller.

Ahora está muy impactada con la película «La noche de los lápices» que le proyectaron en la escuela y suele pararse a leer los nombres de las baldosas por la memoria que encuentra en su barrio y en todas las veredas que transita.

Puede ser una productora febril y vasta, heterogénea: de la pintura minuciosa y ultra prolija de los mandalas o la intervención de sus temas favoritos de Los Beatles, pasando por la foto hasta esos cuadros que pueden mantenerla concentrada y en actividad larguísimas horas.

«La creatividad que desarrolla en estos talleres es muy potente -señala Alfonso-, el tema es que no hay filtros. Es muy impresionante la capacidad de producción que tienen. A partir de una consigna como la de este año por ejemplo, en el que el taller de dibujo trabajó sobre los cuatro elemento -agua, fuego, aire, tierra-, algunos alumnos se concentran en un único dibujo toda la clase, atendiendo detalles, otros hacen 20, de una manera automática».

El rango de edades es amplio. «Hay alumnos que van desde muy chicos, con tres o cuatro años, y los más grandes tienen 30», indica Alfonso, y la cantidad fluctuó mucho entre los años de aislamiento y la pre y post pandemia. «Hasta el 2019 teníamos de 15 a 20 personas por taller, un número que durante las restricciones más duras por Covid, al menos, se duplicó», afirmó.

«Lo que pasa mucho, como con todo lo gratuito -remarca-, es que mucha gente se inscribe y después no mantiene el impulso. Nosotros transmitimos que debe haber una responsabilidad y un compromiso al anotarse para asistir, porque son talleres trabajosos de coordinar y estos espacios se habitan con la presencia».

Durante los talleres virtuales del 2020 de pandemia , señala Alfonso, «de repente en una clase había 45 personas de todos lados -Córdoba, Mendoza, Colombia- y como intentamos ser inclusivos, desde Tucumán, por ejemplo, se inscribieron dos hermanitos que no tenían síndrome de Down y que convivieron perfectamente bien en el taller de cine expandido», grafica Alfonso.

En 2021 la virtualidad se repitió pero haciendo esos talleres desde museos, en 2022 está este regreso a la presencialidad y en 2023 «esperamos sumar algunos talleres virtuales, además de una jornadas intensivas que nuestros profesores darán en Entre Ríos, para profesores», se despide Alfonso.

Asdra

El proyecto de Arte Asdra «es muy importante porque ofrece un espacio de expresión y de encuentro en un contexto de diversidad y es precisamente a través de la expresión y del encuentro en un entorno plural y abierto donde la inclusión se hace cultura», dijo por su parte Pedro Crespi, director ejecutivo de Adra.

«En 2023 seguiremos adelante con los talleres artísticos y puedo adelantar que haremos una muestra en la Legislatura porteña para celebrar los 34 años de vida de nuestra institución», agregó Crespi.

Asdra es una asociación civil de bien público sin fines de lucro fundada en 1988 por un grupo de madres y padres con hijos con síndrome de Down para «mejorar su calidad de vida», «promover la inclusión en todos los ámbitos: la familia, la escuela, el trabajo y la vida social en general» y «crecer y desarrollarse en un contexto de diversidad».

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