Cosquín Rock Online: entre la evolución y la extinción

“Qué elegimos: ¿evolucionar o extinguirnos?”. Mientras promediaba su set con Massacre, Walas, cual émpata digital, resumió con precisión el sentimiento de la primera edición del Cosquín Rock Online. A lo largo de dos días y tres recintos virtuales, la pregunta era un fantasma en la máquina; una tensión que ante butacas vacías y escenarios de dos dimensiones, estuvo siempre presente.

La evolución, que ya parece más ligada a extensiones del cuerpo y menos a un proceso biológico, se vio trunca con el encierro en pandemia. Ese fue el momento en el que, frente a la ironía de la tragedia, los poderes de la conectividad se volvieron en contra del ser humano.

Uno de los «problemas» que se presentan en Cosquín Rock es intentar abarcar todos los escenarios montados en el Aeródromo cordobés. En la virtualidad, armados de la habilidad casi sobrenatural de viajar de La Trastienda al Teatro Vorterix en segundo, los mortales se vieron detenidos en el espacio por la carne. Lo perdido, entonces, se sintió más obvio. Fue inevitable la nostalgia y pensar que, ahí donde los músicos cantaban a la nada, antes se podía escuchar a volúmenes insalubres. Donde el reverberar de los instrumentos aplastaba esternones. Donde el público solía estar tan apretado que parecía un único organismo vivo y donde el cuerpo humano se vivía como algo realmente infinito.

Imposible determinar si la extinción es un hecho o está en trámite. Mientras tanto, la resistencia, que bien podría ser un sinónimo de evolución, en algo se parece a un festival online.

Para quién canto yo entonces

La herramienta de realidad virtual fue una auténtica arma de doble filo. El set de Malena Villa, en la apertura de la fecha del sábado de Cosquín Rock Online, auguraba que nada iba a ser ni remotamente similar a lo conocido. “No puedo verlos, pero me pregunto cómo la estarán pasando”, dijo ante un Teatro Vorterix desolado y en completa oscuridad. La perspectiva de 360°, casi carne propia, por momentos era un enfrentamiento entre los artistas y el vacío absoluto.

Todavía más impresionante fue verlo a Andrés Ciro Martínez en la quijotesca interpretación de “Tan solo”. No había molinos de viento sino miles de asientos desiertos en el Luna Park. Como la prueba de sonido para un no recital.

Una pátina más de distancia y extrañamiento: hubo shows grabados. Los Tres, desde Chile, con rockabillys tan frenéticos como un trago largo de pisco puro. Las Pelotas, coronados por el holograma talking head gigante de Germán Daffunchio. O Toques de Río, en lo alto de un edificio y con la costa cubana a sus espaldas en un desparramo de swing y lounge music para el apocalipsis que bordeaba lo surrealista.

Nativos digitales

Pocos pudieron trasladar aunque sea una pieza de sus recitales a la experiencia digital de Cosquín Rock. 2 Minutos llevó violencia. León Gieco, intimidad. Los Ratones Paranoicos, un bloque de canciones contundentes. Pero los que ganaron en naturalidad fueron otros.

Trueno se movió como si hubiese transmitido por Instagram, enchufado a 220 y desde el living de su casa, mientras escupía con cancha las estrofas de “Cucumelo”. Louta, por su lado y con una puesta en escena que incluía dos bateristas, arrancó noise, se puso tanguero y terminó dulce con “Ayer te vi” junto a Zoe Gotusso. Parte de la evolución es entender que hoy, para el target de ambos, los recitales son playlists glorificadas.

La sesión ha caducado

Julieta Venegas desapareció abruptamente de la pantalla a la mitad de una delicada versión de “Me Voy”. Y nunca más volvió. ¿Desperfecto técnico poético o chiste planeado? Poco importa, porque en los escasos minutos que tuvo de actuación, reflejó a gran parte de la humanidad: un Zoom que se corta y la soledad absoluta. Parecido a lo que sucede cuando termina una reunión virtual, también se rompió la ilusión de compañía. No hubo bises ni silbidos. Sólo la pantalla negra y el reflejo del propio rostro. Tan fatal como coherente con la oximorónica idea de ver música en vivo pero con distancia social.

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