Iggy Pop contagió una energía casi sobrenatural en su regreso a la Argentina

El presente es un tiempo de hipérboles. La inteligencia artificial permite que todo se vea «más grande que la vida misma», un presidente puede salir a decir que el suyo es «el mejor gobierno de la historia» aunque no lo avale ninguna estadística, a cualquier evento se lo tilda de «histórico» diez minutos antes de ser borrado de la memoria por otro evento «histórico». En medio de semejante festival de la exageración, el mote de «leyenda» se reparte sin miramientos. De hecho, un par de días atrás el New Musical Express se lo adjudicó a Ca7riel y Paco Amoroso, que lanzaron su primera canción juntos hace sólo siete años. Entonces, ¿qué se puede decir de Iggy Pop, que a los 78 se planta sobre el escenario con las marcas de mil vidas exprimidas hasta la última gota de sangre y despliega una descarga energética tan impactante como conmovedora? ¿Hay que inventar palabras nuevas para describir lo que genera ver a ese tipo con el lomo torcido por una brutal escoliosis y el cuero de iguana gastado súbitamente enchufado a argentinísimos 220?

Hace poco, en el Alexandra Palace de Londres, Iggy se retiró del escenario adentro de un ataúd. Mientras se lo llevaban, sonrió con sorna y abrió los brazos como diciendo «¿y qué esperan que pase?» Pero el viernes por la noche, ante un Movistar Arena repleto, desempolvó sus conocimientos de castellano para decir dos frases contundentes: «No quiero morir. No todavía». Después de la hora y media de show con la que marcó su regreso a la Argentina, las razones quedaron a la vista: a este tipo todavía lo recorre una energía vital casi sobrenatural. Y no deja de ser sorprendente, porque aunque siempre fue una bestia escénica, la espada de Damócles parecía destinada a alcanzarlo más temprano que tarde debido a su manía de acelerar en las curvas.

Sexo, drogas y protopunk: agregue aquí su hipérbole favorita. ¿Sexo sin fin? ¿Toneladas de drogas? Ok, pero no hay ninguna exageración cuando se habla de la influencia que Iggy Pop y sus (hoy) venerados Stooges produjeron en la historia del rock. Fueron la mecha para que varios años después el punk le escupiera el rostro a una sociedad pacata que apenas si toleraba a los hippies. Esos «dum dum boys» de Ann Arbor (suerte de suburbio de Detroit) canalizaron toda la frustración y el aburrimiento de una generación, e hicieron que trascendieran las marcas del tiempo. Por eso, más de medio siglo después, la frase que la hermana de Ron y Scott Asheton (guitarrista y batero de los «chiflados») usaba para decir que una chica había «marcado» a un chico resonó una vez más a miles de kilómetros de Michigan. «T.V. Eye» abrió el show de la Iguana, que -para variar- mandó a volar el chaleco de cuero tres segundos después de pisar el escenario. Un ratito antes, escuchar en los parlantes «Libertango» de Astor Piazzolla se interpretó como un gesto de caballerosidad, pero también del buen gusto musical del que el cantante, por ejemplo, hace gala en su programa de radio en la BBC.

No fue el único guiño a la Argentina, país del que hace décadas se llevó un amor que incluso plasmó en una canción. La guitarrista Ale Campos, hija de un argentino exiliado en Miami durante la dictadura, puso la camiseta de Messi sobre sus equipos Orange. En el final, fue el propio cantante quien salió con la celeste y blanca. ¡Y hasta se la dejó puesta por medio tema! Cuando volvió a su estado natural -esto es, en cueros-, la colgó del pie de micrófono para que se viera que arriba del número 10 estaba estampado el nombre del nuevo capitán: Iggy Pop. La última «conexión argentina» fue invitar a Gaspar Benegas, guitarrista de Las Manos de Filippi y Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, a meter unos solos impecables en la versión de «Louie Louie»  que antecedió al cierre con «Loose» (justo la que en el disco Funhouse viene antes de «T.V. Eye», toda una parábola del show).

El otro guitarrista de Los Tropicanos -así bautizó Iggy a su banda- fue nada menos que Nick Zinner, que le puso su marca al comienzo de siglo como parte de Yeah Yeah Yeahs. La tecladista Joan Wasser también tiene historia, tanto por su trayecto solista como Joan As Police Woman como por haber sido acompañante de Lou Reed. El bajista Brad Truax y el baterista Urian Hackney formaron una base sin fisuras, y la dupla formada por el trombonista Corey King y el trompetista Pan Amsterdam le dieron el toque diferente a este combo respecto de los que Iggy armó históricamente. Una gran banda, en definitiva, pero que tardó en encontrar su forma en medio de un sonido confuso. Durante «Raw Power» y «I Got a Right» se hizo difícil escuchar la voz de Iggy, aunque su entrega y sus piñas al aire ayudaran a sobrellevar esa ausencia. Recién en «Gimme Danger» el asunto encontró su cauce, justo a tiempo para la fiesta que el público armó a continuación. Es que la Iguana pegó dos de sus hits, ambos concebidos junto a David Bowie en 1977: «The Passenger» y «Lust for Life». Ese manifiesto de «lujuria por la vida» se tornó una suerte de catarsis que enlazó al cantante con un público que no lo alcanzaba en edad pero que también llevaba su tiempo dando vueltas.

«Death Trip» y una arrasadora «I Wanna Be Your Dog» marcaron el regreso al repertorio Stooge, con un shot de energía suficiente como para que Iggy bajara a saludar mano a mano al público en la valla, antes de ser «rescatado» por dos forzudos. La electricidad siguió con «Search and Destroy», y se reformuló en «Down on the Street» y «1970». Después de un soliloquio sobre el mal, llegó el turno de «Some Weird Sin» (también de Lust for Life). Hasta ahí, el repertorio no había superado el año 1977, pero «Frenzy» lo trajo al presente. Esa canción y «Modern Day Rip Off», que no son lo más inspirado pero sí lo más enfático del reciente Every Loser (2023), tuvieron en medio un momento de brillantez y desconcierto: con la banda enfrascada en su propio «L.A. Blues» (caos sonoro de Funhouse), Iggy se impuso con una estrofa de «Nightclubbing» antes de volver al quilombo. Un guiño para los fans más acérrimos fue recurrir a «I’m Bored», una joyita del subvalorado New Values (1979), que «compensó» con su versión del hitazo «Real Wild Child» (que grabó en Blah Blah Blah, de 1986). «Funtime» sonó mucho más eléctrica que en The Idiot (1977), justo antes de la seudo despedida con el cover de «Louie Louie» y el verdadero cierre con «Loose».

«Fuckin’ gracias. Nadie había hecho esto por mí antes», dijo Iggy en un momento del show. ¿Otra hipérbole? Quizá no tanto. Es que una arena repleta de público que pagó sólo para verlo a él no ha sido la constante en una carrera repleta de altibajos, aunque siempre con la garantía del vivo. Pero si el cantante entregó varios gestos para demostrar su cariño por el público argentino, la respuesta fue aún mayor. La que correspondía, al fin y al cabo. Porque, por más que en estos tiempos cueste admitirlo, no todos los días se está frente a una auténtica leyenda.

Fuente: Página 12