Los fuegos de la memoria se encienden para recordar a Eduardo Galeano a 80 años de su nacimiento

Mempo Giardinelli, Ana María Shua y Daniel Freidemberg, que resignifican el legado del autor de piezas como «Las venas abiertas de América Latina», «El fútbol a sol y sombra» y «Memoria del fuego».

Eduardo Germán María Hughes Galeano nació en Montevideo. Usó para firmar sus obras literarias el primer nombre y el apellido materno. En su irónica «Autobiografía completísima» -tres breves párrafos- escribió: «Nací el 3 de setiembre de 1940, mientras Hitler devoraba media Europa y el mundo no esperaba nada bueno».

El autor de «El libro de los abrazos» y «Bocas del tiempo» pertenecía a una familia venida a menos de la aristocracia uruguaya. Luego de cursar el segundo año de la secundaria se puso a trabajar. A partir de los catorce años fue obrero, dibujante, cartero, mecanógrafo. Antes de firmar con su nombre participó en una publicación socialista uruguaya, El Sol, firmando artículos con la pronunciación en español de su apellido galés: «Gius». Con este mismo seudónimo firmó en la Revista «Che» (1960-1962), en cuyo staff estaban «Pirí» Lugones, «Paco» Urondo, «Copi», «Quino» y publicaban con frecuencia David Viñas y, desde Cuba, Rodolfo Walsh.

Inició su carrera de periodista a principios de la década de 1960 en Marcha (1939-1974), el semanario de Carlos Quijano, que tuvo como secretario de dirección a Juan Carlos Onetti y que contaba con colaboradores como Mario Vargas Llosa, Mario Benedetti y Roberto Fernández Retamar. Durante dos años dirigió el diario Época y trabajó como jefe de redacción en University Press.

En diciembre de 1972, en un bar de Montevideo, Galeano se reúne con el empresario y coleccionista de arte Federico «Fico» Vogelius para crear la revista Crisis. El 27 de junio de 1973 el golpe militar de Juan María Bordaberry tomó el poder en Uruguay, el escritor fue encarcelado y luego obligado a salir del país. Se exilió en Argentina. Siguió a cargo de la dirección editorial de la revista Crisis, con colaboradores de distintos orígenes, pero sobre todo asociados a corrientes de izquierda y del peronismo. Con el tiempo se sumarían a la revista Aníbal Ford y Juan Gelman.

El editor Carlos E. Díaz de Siglo XXI -el sello que dispone de los derechos sobre la obra del escritor- cuenta que un año antes de que Galeano muriera «en el verano de 2014 habíamos cerrado hasta el último detalle de ‘El cazador de historias’». En este libro póstumo publicado en 2016, el narrador confiesa: «En 1970, presenté «Las venas abiertas de América Latina» al concurso de Casa de las Américas, en Cuba. Y perdí. Según el jurado, ese libro no era serio. En el 70, la izquierda identificaba todavía la seriedad con el aburrimiento».

«Las venas abiertas de América Latina» se publicó poco después del certamen «y tuvo la fortuna de ser muy elogiado por las dictaduras militares, que lo prohibieron», escribe Galeano y agrega: «La verdad es que de ahí le viene el prestigio, porque hasta entonces no había vendido ejemplares, ni la familia lo compraba», se sincera en «El cazador de historias».

«Eduardo Galeano fue el director de la mítica revista Crisis en sus años de gloria. Escribió muchos libros, pero nos conquistó con uno: ‘Las venas abiertas de América Latina’, ese recuento exaltado, conmovedor, de la piratería que arrasó nuestro continente. Fue para mi generación una certificación, una esperanza y un himno. Desde entonces, todos fuimos o quisimos ser Galeano», señala a Télam la escritora Ana María Shua.

«‘Las venas abiertas de América latina’: Galeano es eso, sobre todo. Es, además, muchas cosas, en sus escritos y en su actuación pública, pero sobre todo, e ineludiblemente, es ese libro descomunal, que le marcó la vida a una generación en esta parte del mundo», reflexiona el poeta y crítico Daniel Freidemberg.

En este aniversario del nacimiento, Freidemberg destaca que el libro «fue como un despertar, cuyos ecos resuenan todavía». Y precisa: «Sorprende advertir, salvo algunas afirmaciones coyunturales, hasta qué punto lo que dice está vigente medio siglo después, pese a que tanta agua y tanta sangre corrieron desde entonces. Hasta qué punto, frente a la siempre urgente realidad que nos toca, vuelve a abrirnos los ojos, a plantarnos en lo que, fuera de toda sanata, es nuestro ahora y nuestro acá».

La obra se leía fervorosamente en las cárceles durante los primeros seis meses de la dictadura uruguaya: «Los censores uruguayos -se burló alguna vez Galeano- al ver el título, creyeron que estaban frente a un tratado de anatomía, y los libros de medicina no estaban prohibidos. Poco duró el error».

En 1976, luego del último y más sanguinario golpe de estado en Argentina, el nombre del escritor fue agregado a la «lista negra» de artistas e intelectuales prohibidos por el «Proceso de Reorganización Nacional». El escritor se debió exiliar de nuevo, esta vez en España, donde empezó a escribir «la acusación literaria más poderosa del colonialismo en las Américas», su famosa trilogía «Memoria del fuego», compuesta por los libros: «Los nacimientos» (1982), «Las caras y las máscaras» (1984) y «El siglo del viento» (1986).

Además de la historia latinoamericana, el fútbol pasa a ser un tema central y es para el escritor «música en el cuerpo, fiesta de los ojos, y también denuncia las estructuras de poder de uno de los negocios más lucrativos del mundo».

En 1968, Galeano había prologado una selección de cuentos de fútbol titulada «Su majestad el fútbol» con textos de Albert Camus, Mario Benedetti y Horacio Quiroga, entre otros, donde ya daba cuenta de la mirada de los intelectuales que acusan al deporte por ser, «causa primera y última de todos los males, el culpable de la ignorancia y la resignación de las masas populares en el Río de la Plata».

Sin embargo, recién en 1995 cuando publica «El fútbol a sol y sombra», el escritor intenta unir los dos universos: «Escribí el libro para la conversión de los paganos. Quise ayudar a que los fanáticos de la lectura perdieran el miedo al fútbol, y que los fanáticos del fútbol perdieran el miedo a los libros», se ilusionaba.

«Cuando en agosto de 2012 organizamos el 17º Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura, en Resistencia, Eduardo Galeano tenía la salud algo comprometida, pero me dijo en un email: ‘Hacé todo lo posible por evitarme esfuerzos, por ejemplo colas para firmar libros, entrevistas de prensa, fotos por celulares y tutti quanti. Iré a Resistencia, cueste lo que cueste, al grito de: ¡Sobreviviremos, aunque nos cueste la vida!’. Después de tres días con nosotros y su esposa Helena y su amigo-hermano Eric Nepomuceno, cuando regresó a Montevideo me escribió: ‘Gracias, viejo, estas andanzas compartidas me ayudan a enfrentar con buena cara los días que vienen’», evoca el escritor Mempo Giardinelli.

Este correo -como cuenta el escritor chaqueño- Galeano lo envió a fines del año 2012, apenas unos años antes de su fallecimiento el 13 de abril de 2015. Fueron más de dos años a sol y sombra en los que la vida del escritor fue declinando. «Y por suerte vinieron muchos antes de su partida hacia los jardines del cielo, donde están las almas buenas, las más nobles. Eduardo hubiera cumplido 80 años. Parece mentira lo joven que era cuando partió», concluye el autor de «Santo oficio de la memoria».

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