Miradas de lo real a través del lenguaje cinematográfico

La muestra de cine documental cuenta con un nuevo director artístico, el crítico Roger Koza, quien se propone apuntalar la línea política de la programación. Repartidas en cinco sedes, las proyecciones y actividades se extenderán hasta el 24 de octubre.

Cuando dieciocho años atrás tuvo lugar la primera edición de la Muestra Internacional de Cine Documental DOC Buenos Aires, sus fundadores difícilmente imaginaban que la aventura llegaría tan lejos. Si se piensa que pocos meses después de aquella edición inaugural el país entró de lleno en la peor crisis de su historia –que si bien explotó en el territorio de la economía no fue menos grave en los ámbitos de lo social, la política y la cultura–, puede decirse que el hecho de que el DOC haya llegado hasta el presente parece el remate de una fantasía utópica. Y sin embargo no lo es. La muestra de cine documental de Buenos Aires cumple dieciocho ediciones ininterrumpidas habiendo sobrevivido a períodos de sequía y crecido en la bonanza, para convertirse en lo que es: uno de los eventos más destacados del calendario cinematográfico del país. Apenas unos pasos detrás de dos monstruos como Bafici y el inminente Festival de Mar del Plata. Sus actividades y proyecciones comienzan hoy y se extenderán hasta el 24 de octubre, repartidas en sus cinco sedes: el Cine Gaumont, la Sala Leopoldo Lugones del Teatro General San Martín, la Alianza Francesa, la Universidad del Cine y el auditorio de la DAC (Directores Argentinos de Cine).

El DOC surgió de la necesidad de exponer la fecunda amplitud del género documental que por entonces, con la expansión de la tecnología digital, comenzaba a modificar la matriz de su producción. Ese proceso alimentó la historia de este festival, que al mismo tiempo se convirtió en vidriera privilegiada de ese salto evolutivo. Pero aunque esta nueva edición representa un escalón más en la continuidad del DOC, también es el escenario de un cambio importante. Se trata de la incorporación del prestigioso crítico de cine, programador y conductor televisivo Roger Koza como director artístico del festival, quien viene a ocupar el lugar que desde su fundación hasta ahora perteneció a Luciano Monteagudo, también crítico y programador histórico de la emblemática Sala Lugones. Pero aunque se trata de un cambio importante, también puede decirse que el mismo no representa una modificación radical en los criterios de programación, sino más bien una continuidad. Idea que parece confirmarse en el hecho de que Monteagudo permanece vinculado a la muestra, integrando un Consejo de Asesores junto al artista plástico Eduardo Stupía, el crítico y docente Eduardo Russo, y el crítico y cineasta Nicolás Prividera.

Sin embargo, más allá de las afinidades estéticas o ideológicas que puedan constatarse entre el director saliente y el entrante, el cambio no deja de representar un movimiento que inevitablemente se trasladó a la nueva programación. Uno de los puntos en los que esta se hace fuerte es en un carácter abiertamente político, que las películas elegidas para abrir y cerrar el festival dejan bien claro. La apertura estará a cargo de Segunda vez, trabajo en la que la argentina Dora García pone en cuestión el valor de la percepción a través de representaciones que establecen contactos con distintos hechos o imágenes de la historia y la cultura nacional. Por su parte la clausura del DOC estará a cargo de Los fantasmas de Mayo del 68, film codirigido por los franceses Jean-Louis Comolli y Ginette Lavigne, cuyas imágenes y textos invocan a través del cine a los espíritus de aquellas jornadas históricas, pero cincuenta años después.

Dentro de su estructura la programación ofrece distintos espacios, organizados cada uno sobre sus propios ejes. La sección La Cercanía de lo Real agrupa a la producción local y permite constatar una “bienvenida complejidad estética”, como afirma Koza. “La variedad temática y la sofisticación son las regularidades de esa sección”, continúa el director. “Si uno examina títulos como Buenos Aires al Pacífico, de Mariano Donoso Makowski, La extranjera: notas sobre el (auto)exilio, de Javier Olivera, o Frankie de Betania Cappato, por citar tres ejemplos, podrá constatarlo. Lo interesante de la selección es la inesperada constitución de una geografía visual. Hay planos para todas las latitudes del país, más allá de las diferencias poéticas que definen a cada película”. Esta sección se completa con las películas Comparsa, de Luciana Radeland; Las expansiones, de Manuel Ferrari; Ustia, de Rodrigo Moreno; Hombre en la llanura, de Patricio Suárez; y el film colectivo Córdoba, sinfonía urbana.

Dentro de la sección internacional, agrupada bajo el rótulo A Cierta Distancia – Lo Real en el Mundo, se destaca el nombre del artista chino Wang Bing –un clásico dentro del DOC Buenos Aires–, de quien se proyectará su último trabajo, Almas muertas, un manifiesto de más de ocho horas de duración. “El cine de Wang es tan sencillo como riguroso. Cualquier espectador puede ver sus películas, porque su acercamiento a lo real está signado por un sentido de inmediatez y una relación comprensible con los personajes”, reflexiona Koza. “Lo que resulta una exigencia total es el tiempo de sus películas, a contramano de la experiencia de mediana duración y proclive a la dispersión del espectador actual. La paradoja de sus películas se cifra en esa intersección entre acceso directo e inmediato, y duración del registro”, evalúa el director. “Creo que el cine de Wang destituye (momentáneamente) la repetición cognitiva con la que se consumen series y se ven películas con interrupciones reiteradas.”

La constitución de esta selección internacional propone un mapa amplísimo, que prácticamente permite recorrer el mundo a través de la mirada de artistas valiosos. La lista incluye a las películas La afinación del diablo, del paraguayo Juan Carlos Lucas; la turca Constelación distante, de Sheavaun Mizrahi; la alemana Deriva, de Helena Wittmann; La isla de Mayo, trabajo de los franceses Michel Andrieu y Jacques Kebadian que también regresa a la París de mayo de 1968; Hombres jugando, del croata Matgjaz Ivanišin; la chilena Por acá pasaron los ciclistas, de Isidora Gálvez Alfageme; Doble yo, del español Felipe Rugeles; Púas, Baldíos, de la portuguesa Marta Mateus; la canadiense/israelí En el desierto – Un díptico documental, de Avner Faingulernt; y la belga Carry on, de Mieriën Coppens.

Otro espacio importante no sólo en términos cinematográficos, sino en materia de expresión simbólica y política, es el que ocupan los distintos focos y retrospectivas dentro de la programación. Los nombres del brasileño Aloysio Raulino, y de los estadounidenses Travis Wilkerson y Frederick Wiseman, sin duda representan oportunas herramientas para apuntalar la identidad de la muestra. “La ostensible línea política de la programación es justamente una política de programación”, subraya Koza con elocuencia. “Observando la ecología de los festivales argentinos, a mi juicio, hay una cierta tendencia a adjudicarle al cine político (o a la política) un espacio secundario o un nicho específico en la totalidad de la programación. Una muestra circunscripta al documental ya está por fuera de una forma legítima del cine orientada a la evasión. Lo que llamamos lo real solicita una dimensión política ineludible”, puntualiza el flamante director artístico.

Koza no duda en proponer las obras de Wilkerson y Raulino, a quienes el DOC les dedica sendas retrospectivas, como filtros a través de los cuales releer la actualidad. “Wilkerson es un cineasta personal y creativo que indaga estructuralmente sobre el pasado, en tanto que este hace hablar al presente, porque lo constituye”. Y propone un ejemplo sencillo para graficar su punto de vista: “El solo hecho de que la estética visual de los billetes de circulación en la Argentina haya reemplazado a sus próceres por animales sin historia constituye un signo de época. Podrían haber elegido a Spinetta, Borges, Favaloro, Yupanqui o Pizarnik para decorarlos; se prefirió alegremente la vida animal para privilegiar el mensaje de un eterno presente. La preferencia por la historia natural es una forma de sensibilidad política de intensidad discreta. El cine de Wilkerson constituye un antídoto ante la negación de los procesos históricos como una fuerza simbólica que impregna todas las prácticas”. Y considera que “lo mismo se podría decir de Raulino”, al que define como “un cineasta notable que tiene evidente contacto con el primer cine de Fernando Birri”. “En las películas de este cineasta brasileño se siente la esquizofrenia de la bandera de su país: el orden y el progreso son casi antitéticos. Sucede que Raulino opta por filmar la ausencia de lo segundo, en tanto que responde a un cierto tipo de orden que lo obstaculiza”, resume.

Wiseman será el eje de un breve foco, cuyo significativo recorte incluye a su ópera prima de 1967, Titicuts Follies, y a su anteúltima película, Ex Libris: La biblioteca pública de Nueva York (2017). Un díptico que funciona como puesta en abismo de la obra de uno de los directores fundamentales de la historia del documentalismo. “Wiseman es un pilar del cine documental, acaso inimitable –coincide Koza–, porque son muy pocos quienes consiguen hacer hablar a una institución y materializar cómo se piensa en el seno de esta, o cómo esta piensa a y a través de sus partícipes. Hay que estudiar la eficacia de su cine, porque el cine observacional no se resuelve ni en el encuadre ni en la pertinencia de un tema elegido”, sugiere.

También habrá un foco dedicado a la distribuidora Andana Films, que incluirá tres películas que dan cuenta del compromiso cinematográfico de este pequeño pero potente emprendimiento. Otro de los espacios le corresponde a la sección Filmando en Perú con Werner Herzog, que presenta una selección de quince trabajos surgidos de un taller documental que el cineasta alemán dictó en tierra peruana. Por último, la sección Cine de Artistas, con curaduría de Stupía, dedicada esa a representar el cruce entre el cine y las artes visuales a través del registro documental.

Para el nuevo director, esta primera experiencia al frente del DOC Buenos Aires representa un desafío que se propone mantener en el futuro. Puesto a enumerar objetivos, Koza admite que en las próximas ediciones quisiera “enfatizar la relación del cine del presente con el del pasado y a su vez intensificar los espacios de discusión del modo más creativo que esté a nuestro alcance”. “Quisiera persistir en la identificación de sistemas poéticos del cine actual y reunirlos en una sección de problematización para comprender las derivas del lenguaje cinematográfico abocado a lo real. Y, por último, me gustaría empezar a descentralizar la cinefilia, demasiado atada al cine europeo y estadounidense”. Seguramente habrá oportunidad para todo eso: en el DOC Buenos Aires el tiempo siempre juega a favor.

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