Norma Aleandro confiesa otra pasión de toda la vida

Para Norma Aleandro, pintar, dibujar y escribir son actividades que la acompañan de toda la vida. De muy chiquita empezó a pintar, como todos los chicos, pero la diferencia es que nunca dejó de hacerlo: «En las buenas, en las malas, aquí o allá, estuviera donde estuviera. Nunca dejé de hacerlo: por placer. No lo he hecho para afuera, para mostrar», dice la primera actriz argentina, ganadora de todo el reconocimiento al que puede aspirarse, también como guionista y directora de teatro. Quizá por eso el camino del arte lo emprendió sin ambición, como un secreto que ahora confiesa, como dice el título del libro que reúne versos y dibujos, Confieso que pinto (Fera), actualmente en preventa en la web de la editorial, porque su presentación en la galería Rubbers y la distribución en librerías quedó en el limbo de la pandemia. «Es un librito que ha salido pícaramente a la calle. Los pícaros se me han escapado», se ríe al teléfono.

«Es como andar en bicicleta. Es algo personal que me gusta hacer, pero no voy a correr carreras de bicicleta. Es una compañía agradable», dice. Norma ha hecho grandes óleos que se apilan en los rincones de su biblioteca, pinturas mínimas en papeles arrancados de libretas, dibujos rápidos mientras habla por teléfono, bocetos arriba de aviones y minuciosas escenas creadas a lo largo de los días en su buhardilla, que es el escritorio que está en el entrepiso de su dormitorio. También, muchos «dibujitos», como dice ella, hechos para regalar a sus amigos. Así, se fue corriendo la voz hasta que una de ellas, la arquitecta Daniela Davidovich, la llevó a Fera con sus versos y los dibujos metidos en un sobre por su marido Eduardo pese a sus rezongos, y cuando las editoras Mara Parra y Victoria Benaim los vieron no hubo dudas de que sería un libro.

Aleandro dibuja con puntos, en un puntillismo figurativo y humorístico, que despliega en un repertorio de personajes. La línea se le hace difícil. «Un día lo descubrí, no me preguntes cómo. Cuando empecé a trabajar con puntos me resultó más fácil, me ayuda a ir sombreando e ir armando la expresión de la cara. Yo arranco siempre por una cara y nunca sé cómo va a ser, si es hombre o mujer, bello o no, con o sin compañía. Hace tres días empecé un dibujo, y ayer lo volví a agarrar y ya tenía dos caras más de las que yo pensaba. Se habían metido tres personas más», cuenta. Pinta después con lápiz o hace pinturas al óleo que quedan siempre en su casa.

Los viajes son una gran inspiración, pero ahora disfruta de la cuarentena. «No me gusta nada no estar en casa, soy una gallina de corral», cuenta. «Escribir y dibujar me hacen muy bien, igual que meditar. El efecto es el mismo: me aliviana todo. Me saca cualquier pensamiento que no sea agradable. Me deja muy tranquila».

El libro comienza con una serie de mujeres gordas bailarinas, sensuales y alegres, que comenzó a hacer cuando hizo un regalo de cumpleaños: «Lino Patalano, que es como un hermano, había tomado el Teatro Maipo y le hice unas gorditas para que bailaran en el Maipo. A partir de ahí, todos me piden que les haga gorditas. Incluso a amigas gorditas. Hay mucha burla con eso. Me gusta hacerlas bailando y contentas». Otro gran capítulo es la vida de los artistas, sus giras, mezcla de circo y teatro. «Como en realidad es la vida, una mezcla de gente». También hay dibujos y versos agrupados que tratan sobre su casa, sus gatos, Oriente, y sobre ser reinas. Todo lo que necesito cabe en mi mano, si tomo algo más se caerá, se lee al pie de una pintura de un gato en brazos de una mujer.

Pinta como escribe: en libertad. Sin ambiciones. «No escribo por encargo, ni mío. Es lo que va saliendo en el momento. Buscamos textos para acompañar las obras, sobre todo con humor. Quería que el libro lo tuviera», explica. Sus versos y prosas ya han sido publicados en libros como Poemas y cuentos de Atenázor (Sudamericana, 1985), Diario secreto (Emecé, 1991) y Puertos lejanos (Océano, 2000), además de los guiones teatrales, por los que ha ganado premios Argentores, reunidos en De rigurosa etiqueta y otras obras (Temas, 2002).

Toda su producción literaria más reciente está en la nube, es decir, se puede escuchar leída por ella misma en el ciclo Norma en la nube, que comparte la señal Films&Arts en forma de podcast en distintas plataformas. Son cuentos que escribió el año pasado, inéditos, y que lee desde su jardín, su biblioteca o su sillón, mientras acaricia gatos y perros y muestra algunas de sus pinturas. «Fue por casualidad. Estaba leyéndoles un cuento a mi marido y a mi nieto Iván que estaba de visita, y él me dijo que hiciera algo con esos papelitos que pierdo o tiro. Me dijo que hiciera un podcast y lo subiera a una nube, porque ¡yo siempre ando en las nubes!», dice entre risas. Ya grabó cien, y se ven o escuchan en Spotify, Google Podcasts, Apple Podcasts y YouTube. «Tengo como 400 de esos cuentos cortos», dice. Si serán libro o sus pinturas serán muestra o si estarán a la venta no lo sabe porque «no es su trabajo», dice. Otros se ocuparán. Los suyo es crear.

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