Rodrigo De la Serna: «Ver las salas cerradas es un dolor en el pecho»

Rodrigo de la Serna está experimentando sensaciones ambivalentes: al problema de su padre enfermo, y el trabajo que implica criar dos bebés que demandan mucho más en este contexto, está disfrutando las mieles del éxito con La casa de papel, la serie española que es furor en el mundo y para la cual está grabando la quinta temporada por Netflix. De la Serna es amante de la naturaleza. Por eso, no sorprende verlo interpretar al guardaparques Pablo Silva en Al acecho, el nuevo film de Francisco D’Eufemia, que se estrena el próximo jueves 6 de agosto en Cine.ar . Claro que Silva es un guardaparques muy particular: hace su vida en su nuevo destino, un lugar olvidado y conflictivo al que pocos quieren ir: el Parque Pereyra Iraola. Al poco tiempo, bajo una aparente tranquilidad, descubre una red de cazadores furtivos, tráfico y engaños. Su viejo instinto de cazador lo hará estar, como bien señala el título de la película, «al acecho».

«Me interesó la inteligencia literaria y cinematográfica que destilaba a la primera lectura del guión. Además, el íntimo conocimiento del territorio que tiene el autor de este guión, que es además el director. Es una combinación de cosas que me hicieron aceptar inmediatamente, más allá de la deuda artística que tenía con Francisco D’Eufemia ya que estuve muy cerca de hacer su anterior película, Fuga de la Patagonia, que relataba la historia del Perito Moreno en sus incursiones al territorio del sur argentino», explica el actor que marcó una época de la televisión pública del nuevo milenio con la serie Okupas. «Así que fueron la calidad literaria y cinematográfica, el conocimiento del Parque Pereyra Iraola y la inteligencia aplicada a ese conocimiento que muestran un guión de un suspenso que destila también en la pantalla», agrega el hombre que interpretó a Alberto Granado, el compañero de viaje del Che Guevara en la recordada Diarios de motocicleta.

En Al acecho, Silva conoce a Mario Venandi (Walter Jacob), ex-militar y jefe del sector, quien deja muy en claro que el que da las órdenes es él. Silva obedece, no busca problemas. Luego conoce a sus dos compañeros: Mariano Rodríguez (Facundo Aquinos) y Camila Márquez (Belén Blanco). Camila tiene un carácter filoso. Al poco tiempo de conocerse, Silva y ella se hacen amantes y confidentes. El se siente seguro con ella. Le revela sus anteriores problemas con la ley y la razón por la que lo trasladaron. De a poco, Silva vislumbra una nueva oportunidad de vida en el parque. Una mañana de recorrida, encuentra un zorro lastimado en una jaula. Lo carga en la camioneta y lo lleva a una antigua barraca militar abandonada. Lo cura y alimenta. Sabe que no es correcto lo que está haciendo y aun así decide, sin saber del todo por qué, mantenerlo en secreto. Siente una conexión con el animal. Sigue las pistas que se esconden tras la jaula. El rastro lo conduce a una banda de cazadores furtivos que actúan dentro del parque e intuye que operan en complicidad con alguien de su cuartel pero no sabe con quién. Esto lo vuelve huraño y desconfiado. Se distancia de Camila y del resto de sus compañeros.

-¿Fue un plus que el rodaje haya sido en medio de la naturaleza, algo que te gusta mucho?

-Sí, sí, es más fácil actuar. Estás ahí en el escenario natural y te dejás tomar por ese entorno salvaje. Es un territorio interesantísimo el Parque Pereyra Iraola, más allá de la historia que tiene encima, que atraviesa toda la historia del país. Incluso en las Invasiones Inglesas parece que desembarcaron ahí, según dicen algunos. Es un territorio donde se entrevera lo urbano, lo rural y lo salvaje. Está todo ahí y todo puede pasar. Me gustó muchísimo filmar. Fue un rodaje súper intenso durante tres semanas. No se filmó una escena en estudio. Todas las locaciones son de ahí mismo del parque. Y eso ayuda mucho al actor a meterse bien en el rol.

-¿Fue también cansador en un medio abierto y por lo que se ve en la película?

-Sí, fue agotador. Recuerdo que en 2000 filmé Gallito ciego y lo básico eran ocho semanas de rodaje. Eso fue cada vez más en desuso hasta los usos y costumbres del siglo XXI. Se comprimen los rodajes al máximo. Y, en este caso, estar rodando a la intemperie hace también que sea más cansador.

-¿Alguna vez se te pasó por la cabeza ser guardaparques, teniendo en cuenta tu amor por la naturaleza?

-¿Sabés que en un momento sí? Tenía un amigo que era guardaparques y me contaba cosas. Pero la vida me llevó por el lado de la actuación. Nunca dejé de actuar desde los 12 años, así que ahí quedé. Pero no dejo de conectar con eso. Trato de escaparme de la ciudad lo más que puedo.

-¿Se puede decir que Silva es alguien que tiene una máscara puesta, que nunca se termina de conocer al verdadero Silva?

-Es un poco así. Creo que ni él mismo se conoce. Tiene algunos traumas de su infancia que se esbozan un poco en la película y que hacen conformar esa personalidad. Es un tipo que tiene mucha conectividad con lo salvaje y que vivió a la intemperie toda su vida, casi un isleño. Vivió en esa marginalidad. De alguna manera, es una persona muy ambigua y es muy difícil llegar a conocer la médula más íntima de esta persona. Al final de la película, podés comprender un poco su tragedia.

-Siempre te tocan personajes con mucha personalidad, ya sean históricos o marginales, pero nunca blanditos. ¿Es una casualidad o es lo que te atrae?

-Puede ser. Tampoco pensé nunca: «Ahora, voy a hacer un personaje duro y luego uno blandito». No es lo que estructura las decisiones. También es lo que a uno le van ofreciendo. Pero sí los personajes con mucho carácter me atraen más.

-¿Cómo te afectó la pandemia en el trabajo?

-Mucho, como a todos. Es una industria que ya venía desfalleciente y esto terminó de empujarla al abismo, tanto a la industria cinematográfica como al teatro y a la música. Yo sigo sosteniendo una línea de tiempo futura con mi corazón y mi mente donde todos vamos a volver al teatro, a juntarnos en masa a ver películas en los cines o conciertos. Creo que esto va a suceder después de que se vaya el miedo. Es algo que tenemos que desear conjuntamente porque si todos deseamos algo más o menos en un unísono o por lo menos sincronizado armoniosamente, no va a quedar otra. La realidad se impone siempre. Así que me afectó como a todos los compañeros actores y compañeras actrices. Tengo la posibilidad de hacer ahora La casa de papel, pero más allá de eso está todo muy parado.

-Como hombre de las tablas, es de imaginar que es una postal que nunca quisiste ver la de todos los teatros cerrados.

-La verdad es que es un dolor en el pecho. Las salas de todo país cerradas, es increíble que hayamos llegado a eso.

-Recién mencionabas La casa de papel. ¿Qué te sugiere que sea una de las series más vistas en el mundo?

-No sé. Es una de las series más vistas en la historia, es cierto. Y esos son datos irrefutables. No sé a qué acreditarlo. Tal vez a cierto sentimiento de injusticia generalizado con respecto al sistema financiero. Puede ser. También es cierto que el abanico de personajes es bastante arquetípico. Y están muy bien calzados y operan también en la subjetividad de las personas de una manera muy precisa. También puede ser lo iconográfico. Una mezcla de todas esas cosas.

-¿Te adaptaste fácilmente al formato?

-La verdad es que me costó bastante. Se trabaja con muchísimo rigor técnico. Esto hace que el programa tenga una factura técnica impecable. Son muchas horas diarias de trabajo durante muchos meses. Esto es algo nuevo. Para una serie de ocho, diez capítulos estuvimos filmando unos ocho meses seguidos. Eso también pasa factura al cuerpo de uno. Costó, sobre todo al principio, entrar a un equipo que ya funcionaba de una manera tan dinámica y armoniosa y ser como el pibe nuevo que entra al club a ver cómo encajaba yo, también con mi manera de ver las cosas, con mi manera de entender la actuación, con mi experiencia, mi bagaje que, por ahí, no coincidía con el de todos los que estaban ahí. Pero la verdad es que me recibieron con mucho cariño y afecto y me hicieron sentir uno más del equipo inmediatamente. Eso ayudó muchísimo también.

-Una de las características de tu personaje es que es misógino. ¿Qué tipo de personaje te atrae más componer: el que genera un cierto rechazo o el que es querible?

-Yo creo que es un error hacer una división entre los que son queribles y los que generan rechazo. Si los personajes son ciento por ciento queribles no son creíbles. O sea, la empatía tampoco se logra con un blanco muy puro. No podés empatizar con algo perfecto. Podés intentar proyectar un deber ser, una cosa así, pero no podés generar una empatía profunda. Frente a una persona como mi personaje, Palermo, tan recalcitrante y patológicamente misógino, si no te quedás con eso -y sin justificarlo-, podés ver que es un hombre que está quebrado y que tiene también una tragedia muy cruda y muy en carne viva que lo atraviesa. Eso puede llegar a generar empatía también.

-¿La diferencia entre interpretar un personaje histórico, como San Martín, Alberto Granado, Juan Manuel de Rosas y Jorge Bergoglio, es que tenés mayores limitaciones que uno totalmente ficcional o no necesariamente?

-Te limita y te contiene lo histórico. Más allá de que uno pueda hacer lecturas subjetivas de la historia y que la historia la escriben los que ganan, estás más limitado o condicionado por eso. Incluso por la subjetividad de tantas personas. Por ejemplo, en Diarios de motocicleta, siempre dije que Gael García Bernal, que interpretó al Che Guevara, la tenía más difícil porque cada persona tiene una subjetividad y observa la figura del Che de una manera muy puntual, más allá de generalidades. Entonces, es difícil que a todos les guste lo que uno hace interpretando eso.

-¿Crees que perdura alguna idea del Che en este mundo actual?

-No sé. Lo que sí es difícil de ver es alguien que hace lo que piensa a ese nivel, como lo hizo el Che. No sé si están muy vigentes hoy las ideas del Che. No sé si el camino es revolucionar, generar Vietnam en todo el mundo para generar una revolución comunista, en este caso. Entiendo que hoy el comunismo no es una solución tampoco. Es otra globalización más. Es mi manera de verlo, pero no sé si el Che Guevara hoy sería socialista. Hay que ver. Andá a saber.

-¿El actor puede elegir un trabajo desde el punto de vista ideológico o no?

-Lo ideológico te termina condicionado a la hora de interpretar un rol. Uno siempre carga con su ideología, por supuesto. Eso es inevitable. Y con su manera de ver el mundo, con su cosmovisión. Pero siento que un actor o un artista, en general, no debería limitarse nada más que a lo político porque hay muchas capas más de la realidad. Acaso lo histórico y lo político sean el núcleo más duro de la realidad, pero hay otras capas, acaso más sutiles, más personales: una capa más filosófica, una más esotérica. Hay muchas dimensiones de la realidad y sujetarse solamente a una me parece que es limitar la expresión artística.

-Después de Diarios de motocicleta tuviste ofrecimientos artísticos para trabajar en otros países. ¿Por qué seguís apostando a la Argentina?

-No es que apueste a la Argentina. Me siento cómodo acá. Mi voz y mi manera de entender la actuación o el lenguaje tienen un anclaje y una raíz profunda en este territorio. Mi identidad está acá. Eso no quita que pueda ir a España a hacer La casa de papel, por ejemplo, o con una película como Yucatán. Sí me costaría más en un país de habla inglesa. Ahí ya me costaría bastante más encontrar una identidad. Generalmente, cuando me ofrecían cosas para Estados Unidos, eran roles que no tenían que ver con mi idiosincrasia. Y me costaba mucho encarnar esa manera de ser latino que ellos quieren ver en el cine o que ellos entienden que es el ser latino. Es como una sola cosa para ellos. Y hay una diversidad tan grande dentro del mundo latino… Entonces, me costó aceptar esos trabajos por eso, porque no encontraba mi voz ahí ni mi pertenencia. Así que no sé si es que estoy apostando a la Argentina. Medio que no me queda otra tampoco.

-Una vez dijiste: «Defiendo mucho al payaso que soy». ¿Por qué no se te ve con mayor frecuencia en ciclos o películas humorísticas? ¿Tiene que ver con lo que te ofrecen o con una decisión personal?

-La comedia es un género muy difícil de ejecutar y de realizar. La bien entendida, porque hay comedias y comedias. Pero mis personajes siempre tienen algo patético, algo de humor, más allá de lo trágico que puede envolverlos. Siempre está ahí. Por eso digo que lo defiendo porque también el humor es una herramienta que te ayuda a sobrevivir, o a seguir viviendo, a resolver situaciones, a generar buenos climas de trabajo o a disipar tensiones, no sólo de uno. Entonces, el humor siempre está. Y el payaso siempre va a estar en todo lo que yo haga. Lamentablemente, no lo puedo evitar. Está ahí. No es algo que lo haga a conciencia. Aparece solo.

-Tus logros como actor tienen que ver seguramente con no haber dejado pasar el tren de la actuación. ¿Cuándo pasó ese tren y cómo lo vivió tu familia?

-No sé si pasó una vez. No sabría cómo responder porque no es que pasó un tren solo. Los trenes pasan por todos lados, todo el tiempo. Y uno va construyendo su realidad con todos los trenes que se va tomando y dejando de tomar. Con las decisiones que va tomando, por más que sean pequeñas, uno va constituyendo la realidad que lo va rodeando. Entonces, no es que me tomé un solo tren y dije: «Ya está, listo». Seguramente me equivoqué en muchas cosas. No me quejo con la realidad que construí a mi alrededor. Estoy rodeado de gente que amo, que también me quiere y vivo de lo que me gusta. Siento que los trenes que me tomé, en tal caso me dejaron en lindas estaciones.

La labor solidaria

Rodrigo de la Serna cumple desde hace varios años una labor social con El Colectivo Cultural, una ONG que realizó con los vecinos de Ingeniero Maschwitz. «En este momento, sigo en contacto con los chicos, soy socio. La Comisión Directiva se está encargando ahora de situaciones más de asistencia», cuenta el actor. Entregan 44 viandas diarias calientes a los barrios más empobrecidos. «Con esto de la pandemia, la cosa  empeoró mucho por acá. Y los cursos que dictamos están parados en este contexto, no está funcionando», explica De la Serna. A pesar de eso, reconoce que El Colectivo Cultural está cumpliendo «un rol social muy importante». Y señala: «Hay vínculos y lazos sociales muy fuertes que se consolidaron con El Colectivo Cultural. Y eso es un orgullo no sólo mío, de los socios ni de los socios fundadores sino diría de una parte importante del pueblo de Ingeniero Maschwitz», concluye.

FUENTE: PAGINA 12

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