Skay cumple 68 y recordamos las mejores 40 canciones de Los Redondos

1. «Jijiji»

‘Oktubre’ 1986

La guitarra con downstrokes del comienzo establece una intriga cargada de anticipación durante 16 compases, y la voz del Indio, que parece venir desde el fondo de una caverna, plantea el clima de esta fábula paranoica con un primer verso que contiene dos aparentes contradicciones: «En este film velado, en blanca noche», un juego de opuestos entre realidad-ficción, sueño-vigilia, que luego va a liberarse en el épico estribillo y su conclusión, «los ojos ciegos bien abiertos». Pero lo que se convertiría en la banda de sonido «el pogo más grande del mundo» empezó de manera muy sencilla, según contó Skay a la revista La Mano: «Lo compuse sentado en una especie de balconcito en el primer piso [de su casa en la calle Soler, donde había construido una sala de ensayo en la terraza]. Una tarde me puse ahí con la guitarra y empecé a jugar con esos acordes y terminé de definir la armonía de lo que iba a ser el tema, después de haberlo zapado varias veces en la sala de ensayo que teníamos». El primero de los dos solos de guitarra (que luego de la partida de Tito Fargo pasó a ser interpretado en vivo por el saxo) se convirtió en una melodía tan memorable como el estribillo, a pesar de su aparente extrañeza. «El solo medio gitano que hay en el medio es raro en ese rock», decía Skay, «una cosa medio chiflada». El Indio le dijo a RS que la letra habla «sobre la paranoia de la droga», de «la deriva dentro de esa situación. No lo soñé… en este film… Habla como de una película; parece el típico psicópata que está viendo la película de él mismo, en circunstancias en que todos los valores, el prestigio poético de cada palabra, tiene que ver con el estado de paranoia que te da la cocaína.» En cuanto al título, Solari explicaba: «Para mí es muy significativo. Porque jijiji es una risa medio perversa; marca una bidimensionalidad, es como que todo lo que está diciendo no es ninguna afirmación». Con el tiempo, «Jijiji» creció hasta independizarse de las circunstancias que lo originaron, e incluso de su significado, para convertirse en el máximo himno ricotero. Claudio Kleiman

2. «Juguetes perdidos»

‘Luzbelito’ 1996

3. «La bestia pop»

‘Gulp!’ 1985

«Está desafinado», dijo Lito Vitale, técnico de grabación de Gulp!, señalando el saxo. Willy Crook respondió que no, que estaba perfecto. «Está desafinado. Hacelo afinar. Si no, abandono la grabación», insistió Vitale. «El muy hijo de puta tenía razón», dice Crook 30 años después. Y ahí suena ese saxo luminoso, montado sobre un reggae extraño que conduce la guitarra de Skay, clásica desde el origen. La letra sugiere la anacrónica dialéctica entre un pop cortesano y un rock combativo, con un estribillo que captura el ánimo dionisíaco de la primavera alfonsinista («¡A brillar, mi amor!»). «Quizás una de las claves de la perdurabilidad del tema sea la ambigüedad de su letra», le dijo el Indio a RS. «En el estribillo se critica algo a la vez que se lo celebra. En la cultura que uno absorbió la ambigüedad es permanente.» La melodía característic4 que se cuela al minuto y medio (años después sería la base del «vaaaamos los Redondos…») tiene su propia historia. En 1980, la banda post-punk Adam and the Ants la había utilizado en «Feed Me to the Lions», pero originalmente es una composición de Maurice Jarre para el soundtrack de Lawrence de Arabia (1962). No es extraño que se haya filtrado, considerando la cinefilia del Indio y Skay, y cierto gusto por las músicas orientales. Mariano del Mazo

4. «Todo un palo»

‘Un baion para el ojo idiota’ 1988

Siete minutos y unos cuantos segundos para elaborar el desenlace del tercer disco de Patricio Rey. «Todo un palo» es inmensa, un tema que abraza la épica desde la notas iniciales de Skay y el ritmo marcial del recién ingresado Walter Sidotti, mientras el saxo tenor ofrece la primera entrada en un juego de luces oscuras que se completa con la desazón de la primera frase: «El futuro llegó hace rato…». Al igual que «Like a Rolling Stone» de Dylan, el himno más armonioso de los Redondos funciona como una sinfonía fragmentada. Es un mid-tempo que se arrastra y crece en el saxo soprano de Dawi -es notable el cambio de sonido- para el asalto final, unido a uno de los solos de guitarra más emocionales del rock argentino. El retruco del Indio a Charly ya es leyenda («Yo voy en trenes…»), pero es imposible ignorar la sintonía de Patricio Rey para describir un tiempo de represión encubierta y desilusión política. Oscar Jalil

5. «Motor psico»

‘Oktubre’ 1986

El tema que abría el lado 2 de Oktubre es uno de los más inclasificables y misteriosos de toda la discografía ricotera, aunque años después el Indio lo definiera como «una especie de pop tecno de la época». Una deliciosa guitarra saltarina «canta» y a la vez anticipa la melodía, sobre un ritmo deliberadamente artificial marcado por las «panquequeras», como denominaban a la batería electrónica Simmons del invitado Claudio «Cornelio», de Don Cornelio y La Zona. El cantante, con su voz envuelta en reverb -que se va naturalmente hacia el falsete en el estribillo-, entona una letra enigmática. Solari plantea conflictos entre el agnosticismo y la fe, entre libre albedrío y determinismo; parafrasea a Einstein (que sostenía que «Dios juega a los dados con el universo»), para dejar una puerta abierta a la esperanza: «mi dios» (un dios propio, con minúscula) «quizás… esté a mi favor». Con el tiempo, los músicos que participaron de la grabación -Tito Fargo, Piojo Abalos, Semilla y Willy Crook- coincidirían al elegirlo como su favorito de Oktubre. Claudio Kleiman

6. «El pibe de los astilleros»

‘La mosca y la sopa’ 1991

En 1990, cuando empezaron a grabar La mosca y la sopa en Del Cielito, los Redondos tenían una actividad intensa y una popularidad consolidada. Los shows en Obras se habían vuelto costumbre y, mientras tanto, ensayaban cuatro o cinco horas diarias en la sala de Almagro. Este dato es importante para entender el sonido del quinto álbum, hijo de esa gimnasia. La banda ponía a punto las bases en directo en el ensayo, siempre a partir de un riff de Skay o una melodía del Indio, que sanateaba letras a las que después les daba forma. Himno de ese disco marcado por el feel del vivo, «El pibe de los astilleros» es también un hito en la obra guitarrística de Skay. «Su swing facilitaba todo», dice Sergio Dawi. «El riff, los solos, los momentos de reposo, los comentarios… Todo sonaba sencillo pero original.» La canción viaja a la velocidad narrativa del Indio, que proyecta una fábula vagabunda que mezcla euforia aventurera, iconografía de rock (la Strato roja hecha torbellino radial) y aforismos masculinos como el muy citado «Las minitas aman los payasos y la pasta de campeón». Pablo Plotkin

7. «Esa estrella era mi lujo

‘¡Bang! ¡Bang!!… Estas liquidado’ 1989

Una guitarra eléctrica y una acústica rodando felinamente entre el saxo, en un arrullo que puede aludir a un yeite característico de Mark Knopfler en Dire Straits. Se puede escuchar como el perfeccionamiento de «Mi genio amor», clásico tema «para chapar» (Indio sic) registrado para la posteridad en diversos piratas que recogen ese inédito de los primeros 80. Musicalmente es una sencilla canción de amor perdido. Con maestría y sin golpes bajos, hacia el final le imprimen intensidad a la rúbrica despechada: «Ella fue por esa vez/ Mi héroe vivo/ ¡Bah..!», como tomando aire y animándose a confesar que sí, fue amor. Un modelo posible de reescritura de «Esa estrella era mi lujo» llegaría en 1998 con «La pequeña novia del carioca», con herramientas sonoras más acordes al giro tecnófilo de Ultimo bondi a Finisterre. José Bellas

8. «Etiqueta negra»

‘Lobo suelto, cordero atado Vol. 2’ 1993

La exégesis de este lado b clásico del catálogo ricotero, que cierra el volumen 2 de Lobo suelto… y traza los infortunios de otro héroe desclasado, tuvo dos líneas de interpretación. Algunos quisieron leer el homenaje a Luca Prodan que el grupo nunca se permitió, pero la tesis dominante es que sobre la marea densa de la guitarra de Skay el Indio cocina la fábula de Marcelo Amuchástegui, alias el Loco Fierro, ex líder de la barra brava de Gimnasia que murió en manos de la policía. «Lo que tiene de interesante esta canción es que Skay no sabe armonía, pero toca La menor séptima y después un Si disminuido, que es el segundo grado en la escala. Son acordes de jazz y blues que él hace de forma intuitiva», explica Conejo Jolivet, guitarrista del grupo en los comienzos y que tocó en la presentación de este álbum en Huracán. «Aparte, la textura del ritmo y el solo son excepcionales.» Juan Morris

9. «Vencedores vencidos»

‘Un baion para el ojo idiota’ 1988

Junto a «todo preso es politico» y «todo un palo», las cinco estrofas de «Vencedores vencidos» forman el núcleo duro de un disco que describe el estado de ánimo de la primavera democrática y su triste final. El punto de partida es la frase del general Lonardi luego del golpe a Perón en 1955: «Ni vencedores, ni vencidos». Intentar un análisis de la letra es solo ejercitar «el ojo idiota». Es posible, en cambio, comprobar cómo varias frases ya son remeras o tatuajes, ubicar en el título a las juntas militares sentadas en el banquillo o cómo la letra alerta sobre los sistemas represivos. En el final, el Indio revela por dónde pasa el vínculo de la mística ricotera: «Me voy corriendo a ver qué escribe en mi pared la tribu de mi calle», mientras los saxos fogonean la canción que viaja rápido hacia adelante, con las filigranas de Skay para distraer unos segundos la atención ante semejante mapa de situación. Oscar Jalil

10 «Un ángel para tu soledad»

‘Lobo suelto, cordero atado Vol. 1’ 1993

Este tema de espiritu beatnik -una letra en la que resuena el Ángeles de desolación de Jack Kerouac- es uno de los grandes hits de un disco que marca un quiebre en la relación de la banda con el estudio de grabación. Luego de que la mezcla en la Argentina no conformara a nadie -a Solari, por caso, le disgustaba el sonido de la batería-, el ingeniero Mario Breuer recuerda haber convencido a los Redondos de viajar a los estudios New River en Fort Lauderdale para remezclar y masterizar el álbum. Era la primera vez que el grupo salía del país con ese objetivo, y allí trabajaron los registros en la famosa consola Neve 8108. La edición final de los dos volúmenes de Lobo suelto… -que de entrada se planteó como un disco doble bajo el título tentativo de «Etiqueta negra»- fue en los estudios South Beach de Miami. Convertido en clásico, «Un ángel para tu soledad» (del que Solari dijo «todavía creo que le faltan graves» en su libro de memorias Recuerdos que mienten un poco, publicado en 2019) fue el último tema que los Redonditos tocaron en vivo. En el show de agosto de 2001 en el Chateau Carreras de Córdoba, con las luces prendidas, 40.000 fans corearon aquello de «las llamas en pena invaden tu cuerpo» a la par del fraseo dramático, estirado y cuasi operístico de Solari. Pablo Perantuono

11. «Ropa sucia»

‘¡Bang! ¡Bang!!… Estas liquidado’ 1989

El single cortado de ¡Bang! ¡Bang!…, o el tema que prefirieron difundir las radios, fue estrenado hacia los hiperinflacionarios tiempos de julio de 1989, cuando los Redondos reventaban el local Satisfaction, en el barrio de Constitución. Un riff arrastrado y dramático, casi wagneriano en su exposición, como anzuelo inicial. Una roca concreta y despiadada, expeditiva en su estribillo, que sonoramente encarnó el decir de Solari en los reportajes previos a la salida del álbum («Va a tener un sonido sucio, como si fuéramos la banda más trapera del mundo») y que anticipa el hard-rock sombrío que perfeccionarían más orquestadamente en Luzbelito. «Vivir sólo cuesta vida», escindido como néctar filosófico, más que un verso es un eterno hashtag zen para las huestes ricoteras. José Bellas

12. «Un poco de amor francés»

‘La mosca y la sopa’ 1991

Un riff simple y fulminante de Skay y una melodía perfecta de Solari definen el máximo hit radial de los Redondos. Es la entrada triunfal a las discotecas de los 90 y un hito para la canción de amor del rock nacional, en el mismo año en que Spinetta canta «Seguir viviendo sin tu amor» y Mollo ruge «¡besame!» en «Sábado». A esta altura los Redondos parecían no seguir más que su propia huella, en un proceso de síntesis que los había convertido en una extraña máquina de hacer hits. Dawi lo define como «la sencillez al servicio de la belleza». En 2002, Solari habló con RS de este clásico: «La canción dice que la piba «vino a consolarte». Eso ya te demuestra que es más poderosa que vos, que estás de bajón y aparece la maravilla de esa piba con un defecto o dos, pero que está ahí y es de verdad. Es una especie de reivindicación a las chicas de barrio». Pablo Plotkin

13. «Masacre en el puticlub»

‘Un baion para el ojo idiota’ 1988

El adiós al under de los Redondos merecía una marcha lenta para despedir tantas noches en piringundines. La apertura de Un baión… parece un tema que no entró en Gulp! y al mismo tiempo es un enlace hacia la etapa masiva. Una cita a «Wild Honey Pie» de Los Beatles marca el tiempo y el espesor. El Indio recopila las andanzas por tugurios clandestinos y eleva a grado de grotesco las escenas de pugilato. También es la muestra de un cambio de sonido e integración: Skay como único guitarrista administra con paciencia barroca cada espacio y el recién ingresado Dawi aporta su saxo balcánico. Es todo tan cinematográfico que inspiró el único video del grupo: Rocambole, Guillermo Beilinson y Quique Peñas logran una animación acorde a este hit freak. oscar jalil

14. «El infierno está encantador esta noche»

‘Gulp!’ 1985

Uno de los bises obligados de los shows de 1984 comienza con una frase que más que una pregunta es una interpelación: «¿Son por acaso ustedes hoy un público respetable?». El tema marca la comunión que había en los primeros años de la banda entre escenario y público, esas humeantes noches de códigos compartidos. A partir de ahí se va definiendo una de las grandes canciones de los Redonditos de Ricota, con más preguntas: «¿Por qué no dejás de pensar en labios que besan frío?», «¿Puede alguien decirme, «Me voy a comer tu dolor»?». La idea del «infierno encantador» es certera para describir lo que ocurría en las pequeñas salas donde se presentaba Patricio Rey en esos tiempos. Skay se luce en la guitarra, en el puente instrumental que conduce a la repetición de la segunda parte del tema. «El tenía muy claro lo que buscaba en el sonido de la guitarra, tanto la suya como la de Tito Fargo», dice Lito Vitale, que produjo la grabación. Mariano del Mazo

15. «Gualicho»

‘Ultimo bondi a Finisterre’ 1998

Este hit del penúltimo disco de los Redondos parece descender de un plato volador y se monta sobre la guitarra de Skay, que irrumpe como explorando el terreno. Después, una electroacústica en Re arrastra una canción de amor de Solari a la altura de «Caña seca y un membrillo». Es una de las composiciones más simples de un álbum marcado por la posproducción, y a la vez es una de las más perdurables: las guitarras sin distorsión giran brillantes sobre un colchón de programaciones y la voz procesada del Indio comanda la escena. Los Redondos imprimen la más replicada de sus últimas frases: «Las despedidas son esos dolores dulces». Juan Barberis

16. «La parabellum del buen psicópata»

‘¡Bang! ¡Bang!!… Estás liquidado’ 1989

Un tema que ya se había hecho clásico de sus recitales; recién con el correr de los años llegarían las comparaciones de los ricoteros con el riff de «Hells Bells» de AC/DC, aunque el de Skay sea más complejo (y su solo posterior, maravilloso). En el estribillo («Y atrapa migajas de rock maravilla para este mundo») nos recuerda que, además de un excelente letrista, el Indio fue un compositor meta-rockero antes que Dárgelos de Babasónicos, con antecedentes claros en «La bestia pop» (1985) y «Música para pastillas» (1986), entre otros. Por cierto, se puede inferir que la frase «un tecno duque preparó nuevos gemidos para el show/ Su industria de la diversión quebró» deja constancia de que las máquinas aplicadas a la música no les eran entonces tan simpáticas como lo serían después. José Bellas

17. «Caña seca y un membrillo»

‘Lobo suelto, cordero atado Vol. 2’ 1993

Conocido como «negrita», este tema fue un hit instantáneo en los shows de finales de los 80, pero permanecía inédito. Lento, montado sobre una progresión arpegiada de Skay en Re, Do y Sol que es la base de toda la estructura, se contornea con ritmo de blues-rock sostenido por el piano de Guillermo Piccolini (bautizado «Dedos Brujos» en el booklet) y el saxo de Sergio Dawi, en una de las ejecuciones más emocionantes que grabó con el grupo. La letra va minando de imágenes la canción para luego aumentar su volumen con un estribillo simple: «Vamos negrita, bailá hasta el fin…». Una canción hedonista de los Redondos que escapa al canon, pero para un lado particularmente radial y universal de su catálogo. Juan Ortelli

18. «Vamos las bandas»

‘Un baion para el ojo idiota’ 1988

Un Baion… funciona como piedra fundacional en unos cuantos asuntos ricoteros. No sólo marca el fin de la etapa under y sus límites clasistas: también inaugura el tiempo de «las bandas», formaciones espontáneas de fanáticos que hacen de la devoción un culto futbolero. «Vamos las bandas» es un poco el himno que bautiza esa apropiación, aunque el sentido de la canción apunta al rock del estrellato. También es una muestra de los Redondos como formación consolidada, la misma que se mantendrá hasta la disolución. Aquí se prueban como big band, con Lito Vitale como pianista invitado y una autorizada lectura del rhythm & blues al estilo Blues Brothers, esquivando obstáculos por las rutas del conurbano. Oscar Jalil

19. «Preso en mi ciudad»

‘Oktubre’ 1986

Una ominosa linea de bajo y la guitarra con delay a lo The Edge introducen una de las melodías características de Skay y el magistral gambito de apertura del Indio: «Una vez le hice el amor/ a un Drácula con tacones…» Esta fue una de las primeras canciones en criticar el rock desde adentro, ese que «casi ya no llora/ atrapado en libertad», estableciendo una continuidad conceptual con el inédito «Nene nena». En este último, era el músico el que se rendía al sistema. «Preso en mi ciudad» va un paso más allá: aquí es la propia música de rock la que está presa de sus contradicciones. Claudio Kleiman

20. «Nuestro amo juega al esclavo»

‘¡Bang! ¡Bang!!… Estás liquidado’ 1989

«La marchita» -en el lenguaje interno de Patricio Rey- cierra el cuarto disco con toda la pompa. Hay una intro marcial de post-punk y luego un poco el espíritu gaitero de «Crua Chan» de Sumo. Los demos de golpes militares de Rico y Seineldín asolaban el país y la democracia se sostenía en cierta fragilidad. Es por eso que suena más a contramarcha, omitiendo toda metáfora o alegoría para empezar directamente: «Mucha tropa riendo en la calle». «Violencia es mentir», enunciado casi con el tono epifánico de Bono, es otra prueba de la capacidad latente de Solari para replicarse en paredes, banderas, mochilas y titulares de diarios. José Bellas

21. «Me matan, Limón!»

‘Luzbelito’ 1996

Este twist a paso de reggae, una fabula sobre la estrella narco Pablo Escobar, cita zumbidos feos de moscones con la precisión de un guionista para cine de suspenso, mientras el Indio duplica su voz, con mucho de mosca y zumbido en los contrapuntos. Felicitaciones a Dawi por el solo: hace caminar su saxo malherido por un tejado móvil de acordes con altas dotes de equilibrista, como si hubiera practicado para reemplazar a Andy Mackay en Roxy Music. Pablo Schanton

22. «Maldición va a ser un día hermoso»

‘¡Bang! ¡Bang!!… Estás liquidado’ 1989

Un clásico de las primerísimas listas de temas, incluso tocado en su primer y mítico show oficial en Salta, en 1978, y que en el disco en vivo En directo figura como siamés del inédito-en-estudio (y zeppelinesco) «Blues del noticiero». Heavy-boogie a lo Status Quo, es una humorada a la expansión de la vida rutinaria que podría verse en paralelo y como antecedente de El día de la marmota, con la frase final, «maldición va a ser un día como los demás», como una de las codas más resignadas e irónicas del grupo. José Bellas

23. «Queso ruso»

‘La mosca y la sopa’ 1991

Hace unos años, Solari difundió un pequeño manifiesto sobre su concepción de la escritura poética, y en uno de los puntos decía: «La poesía crea realidades intelectuales que se presentan emocionalmente. No como un pensamiento reflexivo ni filosófico sino como un pensamiento rítmico». De eso se trata este fresco que cierra La mosca y la sopa: un compendio de imágenes cargadas de resonancia estética, política y cultural (la Guerra del Golfo, el electro de Elvis) pronunciado a la velocidad nerviosa de un siglo en fuga. Solari, el gran autor baby boomer del rock argentino, levanta el dedo mayor mientras canta sobre los «marines de los mandarines», y la multitud imita al líder. Pablo Plotkin

24. «Todo preso es político»

‘Un baion para el ojo idiota’ 1988

La sentencia «si esta cárcel sigue así todo preso es político» supera cualquier proclama de la izquierda de la época, porque en media estrofa Solari define un sistema, y no sólo el carcelario. Es inclusivo sin apelar a ningún oportunismo panfletario, anticipa los pogos del futuro y tiene el ritmo para saltar con cada palabra y gritar a viva voz («Deténganme, deténgalos»). Es rock peleón, nervioso y llano como los vientos marciales de Dawi y el punzante vibrar de la guitarra de Skay, un clásico instantáneo que se maceró en las noches de Cemento para convertirse en un himno político de las ceremonias masivas. Oscar Jalil

25. «Superlógico»

‘Gulp!’ 1985

El segundo gran hit de Gulp! despues de «La bestia pop», con un trabajo de ensamble de saxo, guitarras y coro notable producto del cerebro de Skay, que se permite un solito a lo Knopfler. Con un sonido más gordo y un ritmo más acelerado que en el demo del 82, es otro tema rebosante de pulsión sexual que subraya el persistente «sí» del coro de Claudia Puyó, Laura Hatton y María Calzad. «Es uno de los temas más logrados -dice Willy Crook-. Todos estábamos aprendiendo. Para mí en ese tiempo el Indio era un escritor que trataba que calzaran sus letras, y Skay no era Frank Zappa. Después todos mejoramos, y ellos mucho más.» Mariano del Mazo

26. «La pequeña novia del carioca»

‘Ultimo bondi a Finisterre’ 1998

«Un día después de vos cruce los dedos.» La voz de Solari prueba diferentes matices en este blues deforme que avanza sigiloso sobre la base de una batería secuenciada con delay que sobrevivió de los demos originales. Es una canción de amor y de consuelo que el Indio canta de manera susurrada, casi sanadora, como una extraña versión de Tom Waits, y que encuentra su atractivo en el juego de intensidades. Sobre el estribillo, el tema se exalta en un raid distorsionado -se escucha uno de los pocos aportes en teclado que ofreció Lito Vitale en el disco- para después volver a apagarse en la cadencia de esa base espaciada y nocturna. Juan Barberis

27. «Tarea fina»

‘La mosca y la sopa’ 1991

Un motor que arranca en el tercer intento y una banda que fluye en un mid-tempo que remite a Tom Petty, pero es simplemente pop ricotero. Otra de las grandes canciones de desamor de Patricio Rey, con un Solari que genera empatía en el rol de perdedor, seducido y abandonado por una vida rica en el delta. Todo suena natural: la cadencia pareja de la banda y el solo de armónica de Luis Mississippi Robinson, dándole un cierre blusero. «Tarea fina» no venía en el casete ni en el vinilo: era un bonus track de la edición en CD, el formato novedoso de la época. Pablo Plotkin

28. «La hija del fletero»

‘Lobo suelto, cordero atado Vol. 1’ 1993

Skay -«el Atahualpa Yupanqui del rock», según Guillermo Piccolini, tecladista invitado en este disco- ejecuta un rasgueo melancólico que la voz dolorida y la lírica del cantante estiran hasta hacer irresistible. La canción -crónica de un desamor proletario acechado por el exilio- es una de las más directas y románticas de la obra de los Redondos, con frases frontales como «todavía su amor me da descargas», pero también metáforas de una picaresca torcida como «nunca tuve un higo seco junto a mí». La frase «Siempre fui menos que mi reputación» es una de esas síntesis que con el tiempo van cobrando sentidos diversos. Pablo Perantuono

29. «Blues de la libertad»

‘Luzbelito’ 1996

¿Por qué este rescate mediando los 90 de uno de los blues que los Redondos hacían allá a comienzos de los 80? Seré subjetivo por un rato. En 1982, atravesando al mismo tiempo secundaria y dictadura, escuché esta canción en vivo por primera vez. Fue en el Festival Pan Caliente de Excursionistas. Recuerdo que se aplaudían momentos: el de la aclaración («La libertad no es fantástica»), el del «hermano muerto» y el del «amigo enloquecido». Era una canción generacional, de identificación inmediata. Faltaban meses para la Guerra de Malvinas, para que el rock se volviera masivo y mediático. Los Redondos reclamaban la libertad que nos negaron en los 70. Pero, ¿y en 1996? Esta recuperación nos recuerda que Patricio Rey es un proteccionista de la fuerza contracultural que el rock puede perder ante cualquier tentación. Como si siempre fuera necesario redefinir qué es ser libre, no conformarse nunca con la satisfacción alcanzada. Avisar que la libertad es otra cosa. Pablo Schanton

30. «Héroe del whisky»

‘¡Bang! ¡Bang!!… Estás liquidado’ 1989

Posiblemente el primer rasgo oficial de la pelea pública entre los Redondos y su ex monologuista, Enrique Symms, que recrudecería con los feroces editoriales de éste en la revista Cerdos & Peces, unos catorce meses después, a partir de la muerte de Walter Bulacio. Frases como «su truco le hace ganar nenas bohemias» abonan la teoría si se coteja con el aura de su presunto destinatario. El riff de Skay suena contracturado y seco, puede que en sintonía con su gusto por los británicos post-punk Gang of Four, a quienes vio en vivo a mediados de los 80, sin contar que en la revista Pelo había señalado el tema «I Found that Essence Rare» como uno de sus favoritos. El final, huracanado y con un cencerro maníaco, es antológico. José Bellas

31. «Aquella solitaria vaca cubana»

‘Un baion para el ojo idiota’ 1988

«No tengo derecho a romperle el sueño a los que ven en esta letra la Revolución Cubana o cualquier otra cosa por el estilo; sería igual que si un pintor explicara cómo mirar un cuadro suyo», respondió alguna vez el Indio a las elucubraciones que rodeaban la letra de una canción con claras intenciones de rock latino, aunque en su esencia escondía la matriz de un blues. Lo cierto es que la inspiración surgió de una noticia añeja: muchos años después se supo que en 1960 cayeron sobre una zona rural de Cuba fragmentos de un satélite norteamericano causando daños en propiedades y provocando la muerte de una vaca. La ironía también puede leerse en el festivo solo de saxo tenor de Dawi, recién llegado a los Redondos con la difícil tarea de llenar espacios que antes ocupaba Tito Fargo o dialogar con la guitarra espartana de Skay. Oscar Jalil

32. «Ñam fri fruli fali fru»

‘Gulp!’ 1985

El indio lleva al paroxismo su tendencia al neologismo y propone -desde un título que es pura musicalidad y que ofrece, como diría Sergio Pujol sobre las letras del Indio, «un festín semántico»- un rock and roll tan sencillo como irresistible. Las apelaciones a la cocaína son muchas, pero hay un detalle: en la contratapa del disco dice «Ñam fri fruli fali fru» y adentro, con las letras, el «fruli» pasa a ser «frufi». «Igual la gente escucha cualquier cosa -dice Willy Crook-. Para mí esa canción no habla, como decíamos entonces, de la frula. Es una broma, una estupidez, un juego de palabras, una frase difícil como las que le gustaba al Indio.» Como sea, es uno de los grandes hits bailables de los Redondos. Mariano del Mazo

33. «Una piba con la remera de Greenpeace»

‘Momo Sampler’ 2000

Creado en un contexto sociopolítico en el que Solari consideraba imprudente hacer «el hit del verano», es uno de los temas de Momo Sampler más teñidos por una carga musical y literaria dramática. «Nunca supo buscarse la vida. Su cuna fueron restos de un Mehari», canta el Indio sobre arpegios de guitarras magistrales, en una canción de amor que fue producida en gran parte por Beilinson y rápidamente se consagró dentro de los clásicos. Junto a «Pool, Averno y papusa», es la canción del último disco en la que Beilinson tuvo mayor peso. «No se buscaron texturas en segundos o terceros planos, como tienen el resto de los temas», dice el ingeniero de sonido Eduardo Herrera. «Es uno de los más rockeros y, cuando explota, tiene algo de punk-rock. No hay sonidos complejos. Si dejáramos sólo la guitarra de Skay y la voz del Indio, seguiríamos teniendo la misma canción.» Bruno Larocca

34. «Mi perro dinamita»

‘La mosca y la sopa’ 1991

Este rhythm & blues primitivo es el «Twist and Shout» de los Redondos. Es conocida la historia de que Solari no lo quería en el corte final de La mosca y la sopa, pero fue el tema con que Patricio Rey hizo el crossover mediático, gracias, en parte, a que fue cortina de Supersport, un programa de Canal 11 conducido por Gonzalo Bonadeo. Compuesto por Solari-Beilinson con el aporte de Bucciarelli, «Mi perro dinamita» son dos minutos y medio de rock básico y certero: el piano, la guitarra, el saxo («tenía que amalgamarse con la voz rasposa del Indio», dice Dawi) y la letra que retrata a un perro díscolo, metáfora de los renegados del mundo. En 2008, en una nota de RS, el Indio respondió algunas preguntas de lectores y fans. Una de ellas aludía a la presencia de tantos perros en sus canciones. «Me gustan mucho los ovejeros», decía él. «En cuanto al simbolismo en las canciones, es medio trillado pero el rock se siente como un perro de la calle.» Pablo Plotkin

35. «Estás frito angelito»

‘Ultimo bondi a Finisterre´’ 1998

Suena como una advertencia insoportable. Construido sobre riffs y guitarrazos que caminan lento, como abriéndose paso en la oscuridad, este rock críptico busca un punto de equilibrio entre la avanzada sintética que atraviesa la línea general del penúltimo disco del grupo y la esencia con tracción a sangre de las guitarras de Skay. Entre sintetizadores y samplers aportados por Hernán Aramberri (eslabón fundamental en la era digital para los Redondos), la canción se desarrolla como una procesión macabra de atmósfera industrial, claustrofóbica, mientras Solari le apunta con cierto cinismo a uno de sus personajes caídos en desgracia. Juan Barberis

36. «Nuotatori Professionisti»

‘Luzbelito’ 1996

Aplausos: es un placer reconocer un bajo de Joy Division al principio de una canción como ésta, punto alto de Luzbelito, que mantiene su combustión carburando power chords como su modelo, el «I Wanna Be Your Dog» (69) de Iggy y sus Stooges. La precisa orquestación suma samples (esos «oh oh oh» de cancha, esos traqueteos huecos en los versos), acercando el disco al territorio del Dynamo de Soda Stereo (92). Temáticamente, el Indio vuelve a Tanguito, el pibe del astillero que fundó «La balsa», para obsesionarse con la idea de un naufragio que tiene tanto de trip como de apocalipsis, de un Diluvio Universal que amenaza por igual a «Canción para naufragios» (86) y a «Todos a los botes (10). Pero aquí describe a los que saben nadar aun en las peores mareas (el título alude en italiano a los «nadadores profesionales»). Los chicos ahora usan «Adidas digitales» y se inyectan Pepsi. La virtud de su lírica radica en lo que él llama «visiones», fragmentos, ambigüedades, preguntas, lunfardos desarraigados, onomatopeyas. Cuando uno recorre los foros ricoteros y se topa con tanto «análisis de letras», la explicación hermenéutica no hace más que corroborar «tics de la revolución», mandamientos contraculturales («No serás careta»), imaginarios de la paranoia hippie/punk (conspiraciones del poder global; traiciones de la cocaína). Por favor, muchachos, ya no busquen la cuadratura de la redondez, que el Indio es mejor poeta que oráculo. Pablo Schanton

37. «Música para pastillas»

‘Oktubre’ 1986

Extraordinario retrato de época, es una de las varias canciones de Oktubre con alusiones a la droga de moda en los 80, la cocaína, pero también a los nuevos prototipos de una década que priorizaba lo material sobre lo espiritual y lo individual sobre lo colectivo. Esas «flacas gimnastas de América» con cuerpos perfectos y esos «rockeros bonitos, educaditos» (una vez más, la crítica a la domesticación del rock) completan un panorama donde «están rodando cine de terror». Musicalmente, es pariente cercana de «Superlógico», por el tipo de riff, el ritmo y el tratamiento del arreglo, como reconoció el propio Skay, quien también reveló que el Indio es el principal responsable de este tema. Claudio Kleiman

38. «Toxi-taxi»

‘La mosca y la sopa’ 1991

La guitarra vibra en un plano distante y Solari juega con las palabras: «Toxiii… taaxi…» La mosca… abre con un breve insert antes de dejarse arrollar por la velocidad instrumental. El Indio canta «Te tenemos allí» y Dawi le responde con un rápido comentario de saxo, un diálogo vertiginoso que va a llevar las riendas de la melodía en tándem con Skay, que desgrana punteos rockabillescos. Solari escribió esta letra inspirado en el Motín de los Colchones, la peor tragedia carcelaria de la historia argentina. Entre las 61 personas que murieron asfixiadas esa mañana de 1978 en el penal de Devoto estaba, encerrado por tenencia, Luis María Canosa (el hombre que el narrador ve en sueños), ex cantante de la banda platense Dulcemembriyo, donde tocaba el bajo un joven Federico Moura. Solari volvería sobre esa historia en su debut solista con «Pabellón séptimo (relato de Horacio)», esta vez más narrativo que onírico. Pablo Plotkin

39- «El arte del buen comer»

‘Lobo suelto, cordero atado Vol. 2’ 1993

Un tema oscuro y denso que por momentos anticipa reflejos de Luzbelito y tiene a Skay empuñando un ostinato angustiante e hipnótico en su guitarra, repitiendo una y otra vez un patrón rítmico sobre el que el Indio lleva la gola a su crispación más icónica. Si en «Jijiji» el ostinato enloquecedor se resolvía en la catarsis de un estribillo expulsivo como una liberación, acá la crónica de Pituca -otro antiguo tesoro desempolvado- crece como la fábula de un estafador embriagado que termina incendiándose en el solo abrasivo de saxo de Dawi. juan morris

40. «Ya nadie va a escuchar a tu remera»

‘Oktubre’ 1986

Una obra maestra de la ambigüedad para cerrar Oktubre. Una marcha triunfalista a todo saxo y un ritmo que por momentos se acerca al ska, con una letra que machaca la conciencia sobre el paso del tiempo -el título original era «Efímero»-, reforzada por un efecto (probablemente la percusión electrónica de Claudio Cornelio) que suena como un tic tac acelerado. Sobre el final, la voz del Indio -clamando desde el fondo de la caverna de reverb de Osvel Costa- lanza una de esas frases con destino de bandera y grafitti: «Un último secuestro, ¡no! El de tu estado de ánimo, ¡no, no!». La represión ilegal había cesado con la democracia, pero no así las amenazas que planteaba el sistema, de las que había que protegerse «en este día, y cada día». La advertencia se emparenta con la temática de «Preso en mi ciudad», sólo que en este caso con un tono de, llamémoslo, existencialismo esperanzado. Claudio Kleiman

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